La pregunta no es solo un ejercicio estadístico ni un recuerdo amargo: es una herida abierta que nos obliga a mirar hacia atrás con crudeza. Como en un espejo roto, los fragmentos de la campaña de la Selección Peruana revelan un conjunto de errores que se fueron acumulando, hasta convertir la ilusión en una sombra. El fútbol nos devuelve aquí una verdad incómoda: las decisiones equivocadas tienen precio y ese precio será ver el Mundial desde casa. Otra vez no sonará el himno de Perú en la Copa del Mundo.

El primer golpe vino desde la dirigencia, con el nombramiento de Juan Reynoso como heredero de Ricardo Gareca. El “Cabezón” no encontró la llave para abrir la puerta de las Eliminatorias. Dos puntos de dieciocho posibles fueron la sentencia temprana de un ciclo condenado al fracaso: cero victorias, dos empates y cuatro derrotas. Fue como entregarle un barco dañado a un capitán inexperto: terminó naufragando antes de divisar siquiera la costa.

La segunda apuesta fue Jorge Fossati, pero su arribo no cambió la brújula. Al contrario, la Selección Peruana se sumergió aún más. El uruguayo no solo quebró una racha de veinte años llegando siempre a cuartos de final de la Copa América, sino que en nueve partidos por las Eliminatorias dejó un balance doloroso: cinco derrotas, tres empates y apenas una victoria. Era como cambiar el timón esperando otro rumbo, pero el viento soplaba igual y el barco seguía perdiéndose en alta mar.

El gol, esa chispa que ilumina cualquier campaña y que brinda puntos para clasificar, también nos dio la espalda. En dieciséis partidos, Perú apenas pudo celebrar seis tantos (nunca de visita), mientras recibía diecisiete en contra. La impotencia ofensiva no fue solo una estadística: fue un vacío existencial que volvió estéril cualquier intento de esperanza.

Perú contra Uruguay por la fecha 17 de las Eliminatorias. (Foto: Selección Peruana)

Perú nunca tuvo recambio generacional

Paolo Guerrero, con sus cuarenta y un años, fue aún la bandera ofensiva de un equipo que se quedó sin reemplazos para Jefferson Farfán; mientras Gianluca Lapadula, Christian Cueva, André Carrillo y Edison Flores descendían a niveles de juego muy por debajo de lo esperado. Fue como construir un edificio sobre cimientos viejos: el peso del tiempo terminó agrietando las paredes.

La alineación que empleó Perú ante Uruguay. (Foto: Selección Peruana)

El drama no se mide solo en derrotas, sino en el eco de lo que pudo ser. El fútbol peruano se convirtió en un reloj detenido, incapaz de producir nuevas piezas que mantuvieran el mecanismo en marcha. Mientras otras selecciones apostaron por el recambio, en Perú la dependencia de viejas glorias fue una carga que se convirtió en resignación.

Al final, la eliminación del Mundial 2026 no fue un accidente: fue la consecuencia lógica de un proceso donde las decisiones se tomaron sin visión, los técnicos no hallaron respuestas y los jugadores no encontraron fuerzas para reinventarse. El fútbol, como la vida, exige renovación constante. Perú no la tuvo. Y esa ausencia se pagó con el silencio de un himno que no sonará en el Mundial.