Verano o invierno era lo mismo. A Elizabeth Swaney, cumplir su sueño de ser atleta olímpica le llevó varios años. Lo logró Juegos Olímpicos de invierno de PyeongChang 2018. Un anhelo que cobijó desde muy chica, aunque en su país, Estados Unidos, sabía que nunca podría concretarlo.
Pero es nunca fue impedimento para llevar a cabo su misión olímpica. Una fantasía que empezó a cobijar, en verdad, cuando tenía solo 7 años, al ver a la patinadora Kristi Yamaguchi en los Juegos de Albertville 1992. Primero probó con el patinaje artístico y de velocidad, pero siempre estuvo en la medianía del rendimiento deseable para destacarse. Luego, pasó al hockey sobre hielo. Y tampoco pudo sobresalir.
En la Universidad de Berkeley , donde obtuvo tres títulos universitarios Berkeley (además de una maestría en Desarrollo de Bienes Raíces y Finanzas en Harvard), lideró el equipo de remo –formado por hombres– y creyó que tendría aptitudes para dirigir un trineo olímpico. Por ello, intentó sumarse al equipo nacional de bobsleigh pero sus aspiraciones chocaron con un problema . Su altura no era un punto que la favoreciera. Su metro con 65 centímetros le pusieron un freno. Por eso, se pasó al skeleton para competir por Venezuela, país donde había nacido Inés, su madre. Sin embargo, no llegó demasiado lejos.
Entonces, Swaney no pospuso su sueño de llegar a un Juego Olímpico. Empezó a esquiar en 2009 con una idea que fue tomando forma con el correr de los años. Tenía 25 años (nació en Los Ángeles el 30 de julio de 1984, al tercer día de iniciados los Juegos de verano celebrados en su ciudad natal) y poco le importó empezar a esa edad como novata total. En ese momento, tenía en claro que sus chances de hacerlo como representante estadounidense eran nulas. Tras acudir como espectadora a los Juegos de Invierno de Vancouver 2010 decidió probar suerte en el esquí halfpipe aunque con un agregado: nacionalizarse por Hungría, aprovechando que sus abuelos maternos eran n aturales de allí y habían emigrado a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. “Es más difícil ser un esquiador sudamericano” , contó Swaney. “Quería ver cómo era ser un esquiador europeo” , se excusó para pasar su documento de una nacionalidad sudamericana a una europea. Entrenó durante casi seis años en Utah, donde conjugaba los esquíes con distintos trabajos de media jornada para poder costear sus prácticas diarias. Trabajó en servicio al cliente para una empresa startup, como mesera y cajera. Incluso se postuló (sin suerte) para ser bailarina de los Utah Jazz, el equipo de la NBA. Pero, por mucho empeño que le pusiera, lo real era que no tenía las aptitudes necesarias. En concreto, sus mejoras eran visibles pero nunca tanto como su mente y su corazón deseaban para llegar al concierto olímpica.
Su gran ventaja era que en Hungría había unos pocos esquiadores en su especialidad. Con ese atajo, Swaney quería aprovecharse del democrático sistema de cuotas olímpicas que le aseguraban una buena oportunidad para filtrarse en los Juegos de Pyeongchang 2018. Acaso emulando a Eddie Edwards, más conocido como Eddie el Águila, el esquiador británico que en Calgary 1988 se convirtió en el primer atleta de Gran Bretaña en el salto de esquí olímpico desde 1929, la ahora húngara Swaney se zambulló en los reglamentos y la letra chica y entendió que su nuevo país casi no tenía licencias federativas ni deportistas profesionales en esquí halfpipe y que, además, el Comité Olímpico Internacional (COI) prioriza la diversidad nacional sobre la calidad individual. Solo debía entrenarse, entrenarse más para clasificarse. Primero inició una campaña de donaciones en la web para sumar fondos para costear así los viajes que implicaba participar de las distintas fechas de la Copa del Mundo de la especialidad porque la Federación Húngara no iba a solventar a una desconocida. Y de los reglamentos extrajo el último ápice que le faltaba para armar su dantesco plan: si para puntuar necesitaba terminar entre las 30 primeras de cada prueba, precisaba encontrar pruebas donde compitieran menos de 30 atletas, un hecho que le iba a dar el boleto al Olimpo.
Por ello, en cada una de las competencias, sólo buscó mantenerse en pie dado que no caerse le daba puntos. Su mejor resultado fue un 13º puesto en el Secret Garden en China, donde sólo participaron 15 atletas. Así, paso a paso, cosechó los puntos necesarios para ser tenida en cuenta en la lista provisional para Pyeongchang. Luego, esperó que entrara en vigencia el sistema de cuotas que establece un máximo de cuatro atletas por país, para determinar las 24 competidoras en Juegos Olímpicos 2018. Con varias esquiadoras que descartaron la invitación, Swaney recibió la suya a pesar de ocupar el puesto 34 de la lista. Así empezó a ver cristalizado su plan. En la competencia del halfpipe femenino terminó 24° y última en la clasificación. Sin embargo, su objetivo fue cumplido con crecer: llegar a un los Juegos Olímpicos. “No me clasifiqué para la final, estoy realmente decepcionada. Trabajé duro durante varios años para lograr esto”, se limitó a detallar Swaney, al terminar la prueba.
No faltaron las críticas, es cierto. Algunas, despiadadas. Otras, más cercanas al espíritu de Pierre de Coubertin, para quien “lo importante del deporte no es ganar, sino participar”. En sintonía con el creador de los Juegos Olímpicos modernos, allá por 1896 en Atenas, la medallista de plata en Sochi 2014 en esquí halfpipe, la francesa Marie Martinod, la defendió: “Soy una persona de mente abierta. No podría estar orgulloso de intercambiar pines con deportistas de países exóticos y, a la vez, criticar, a una atleta que está tratando de clasificar a los Juegos Olímpicos. No, ella es parte de los Juegos, eso son los Juegos Olímpicos. Un Juego es una gran oportunidad de compartir muchas más cosas que el mero deporte de competir y ganar una medalla. Es poder ver allí al mundo entero unirse por una vez. No es una gran esquiadora, es cierto. Pero lo logró. Por eso merecía estar ahí”. Otro que la apoyó fue David Wise, medallista de oro de halfpipe masculino en 2014: “Los Juegos Olímpicos tienen un espíritu. Hay algo muy especial en querer ser parte de los Juegos Olímpicos. ¿La voy a criticar por querer estar aquí y representar a su país? No, de ninguna manera. Al contrario, me inspiro en ella. Nadie está afuera diciéndole que sos asombroso o increíble, solo por acceder al podio”. Y quien puso punto final a la discusión no fue otra que la canadiense Cassie Sharpe, ganadora de la medalla de oro en la misma prueba en la queSwaney quedó última. “Si tu vas a poner el tiempo y el esfuerzo necesario para estar aquí, entonces te mereces estar aquí tanto como yo”, sostuvo la canadiense.
A cuatro años de su participación, Swaney, según puede leerse en su perfil de LinkedIn, se define como atleta olímpica, actriz y 17 veces finisher de maratones. Incluidas dos en las que corrió los 42,195km picando una pelota de básquet. “Solo trato de mantener una mente abierta y no poner límites a mi vida”, dijo en una reciente entrevista. “No soy una persona que pueda ser descifrada”, agregó. Su historia avala su propia definición. Más que una deportista olímpica, Swaney es un jeroglífico que siempre busca experiencias nuevas, a diario.