El mejor partido del Mundial. No, la mejor final de un Mundial. No, el mejor partido de fútbol de la historia. No, el mejor espectáculo deportivo de todos los tiempos. Entre tanto festejo, no llegamos todavía a dimensionar lo que se vivió en Lusail en la tarde-noche del 18 de diciembre. No tomamos noción en la Argentina, no se termina de divisar a nivel global.
El fútbol es un deporte cruel y hermoso. Durante 80 minutos vimos a un equipo arrasar en el rendimiento sobre el otro. Los que amamos este juego maravilloso, ahora con el resultado puesto, tenemos que agradecer el cómo. La levantada francesa, el partido que se rompe, la salvada de Dibu, el temor de los penales. Amamos al fútbol por su carácter fuertemente impredecible, por ser ese libro de historias en las que el momentáneamente más débil se planta contra el que parece más fuerte y en un segundo nivela la cancha. Cuando eso se da contra los colores propios, cuesta verlo de otra manera, pero los futboleros sabemos que nada sería igual sin eso.
Tuvimos al campeón mundial defendiendo su corona. Fue mejor verlo mostrar los dientes que si hubiera tirado la toalla sin dar un solo golpe. Tuvimos al rey del fútbol que es reconocido en todo el mundo, pero no terminaba de adueñarse de ese territorio. Tuvimos al príncipe heredero, el villano perfecto de esta historia excelentemente contada. Tuvimos caminos de cornisa, oportunidades dilapidadas, nervios que todavía no calman. Tuvimos vencedores, vencidos, alivios, frustraciones, descargas, gestos de empatía.
El fenómeno deportivo masivo, como lo conocemos, no tiene más de 150 años. Pasó de un evento local de una ciudad a mediados del Siglo XIX a este acontecimiento global que, según estimaciones, vieron en vivo y en directo 1.500 millones de personas. Son dos de cada diez en el mundo, que no suena a mucho, pero requiere de una aclaración importante: la mitad de la población se concentra en países poco futboleros como China, India, Estados Unidos, Indonesia y Pakistán.
La masividad demuestra la importancia, pero no la calidad del espectáculo. El partido que jugaron Francia y Argentina es de colección. Va a ser difícil superar la belleza, la incertidumbre, los giros que tuvo este encuentro. En los mundiales que vienen e incluso en otros deportes.
Y no podemos olvidarnos de él: Leo Messi, la rutina de lo extraordinario, el artista, la leyenda, el mito, tiene la Copa. No necesitaba la Copa para ser considerado el mejor de todos los tiempos, pero el fútbol es hoy un poco más justo. Se dio con el mejor marco, de la mejor forma. ¿Qué más podemos pedir? Los reyes magos de la pelota nos han regalado todo, y más. Agradecidos eternamente a cada uno de los que lo hicieron posible.