Todo buen americanista sabe que una de sus principales características como aficionado águila es la soberbia. Eso conlleva evitar cualquier reconocimiento al rival, así se lo haya merecido con base en el futbol exhibido en la cancha. No hay pero que valga para hacer lo contrario y romper ese código de identidad futbolera. Bueno, salvo por honrosas y honorables excepciones, tal como ocurrió en el Clausura 2015.

La tarde del 18 de abril de ese año no se le olvidará nunca a los americanistas que acudieron al Estadio Azteca. Lo menos importante para su recuerdo es el marcador final, una goleada de 0-4 en contra que reflejó la superioridad del adversario, Querétaro,que bien pudo anotar por lo menos otros tres. ¡Fue un baile!

 

Con el 0-2 en la pizarra y una falla imperdonable de Tito Villa frente a la portería defendida por Hugo González, los aficionados del Ame expresaron su descontento por la dirección técnica de Gustavo Matosas. Algunos reclamaban que llegara a Coapa para vender humo, otros pedían su destitución. No podían creer que Gallos Blancos, dirigido por Víctor Manuel Vucetich, le pasara por encima con tanta facilidad a su equipo.

Pero al minuto 83, de forma abrupta, el enojo se convirtió en vítores para un elemento de la banca queretana que ingresó de cambio, Ronaldinho. Prácticamente lleno, el Estadio Azteca lo recibió con un ambiente similar al de un juego de Copa del Mundo: alegría, euforia y ruido amigable en las tribunas.

Dos minutos después, para concluir una jugada de contragolpe trazada por Orbelín Pineda y Danilinho, Ronaldinho anotó gol. Aficionados americanistas lo festejaron como si fuera propio; gritaron a todo pulmón el toque de Dinho hacia la red. No, no lo hicieron por despecho hacia sus Águilas, sino por la admiración depositada a una figura internacional como el brasileño. 

La fiesta cerró con bombo y platillo en tiempo de compensación. América, el anfitrión, pasó a segundo plano. Borrados por completo del partido por Querétaro, Matosas y sus dirigidos se resignaron a ser testigos de lo mismo que emocionaba a la gente en las gradas, es decir de Ronaldinho, quien consiguió su doblete con un golazo al minuto 92.

Estalló de júbilo el Estadio Azteca. Los aficionados gritaron nuevamente una pincelada de Dinho. Hubo incluso americanistas que lloraron en agradecimiento por haber presenciado en vida a uno de los mejores de toda la historia. La mayoría se puso de pie para aplaudirle y rendirle pleitesía. 

Pese a la humillación del 0-4, de haber presenciado a su equipo sin meter siquiera las manos para evitar la paliza, los americanistas se desprendieron de la soberbia para enaltecer y agradecer al buen futbol reflejado a través de un tipo que nació para hacer del juego de la pelota un arte.