En los mundos del cine, el teatro y la música hay una máxima que bien aplica como mandamiento: El show debe continuar. Nada ni nadie es motivo para suspender el espectáculo, o distraerse del mismo, así se trate del fallecimiento de un familiar; un sinfín de historias existen acerca de actores, actrices, músicos y cantantes que han salido al escenario a pesar de haber perdido un ser querido en ese instante. En el futbol puede ocurrir algo similar y muestra de ello tuvo como protagonista a Oswaldo Sánchez.

Dado que el sueño de todo futbolista es disputar una Copa del Mundo como titular, sus familias desempeñan un papel importante para que esa ilusión se cumpla, mayor aún si se trata de decidir sobre comunicar o no una mala noticia al jugador en pleno certamen. ¿Es oportuno o no informar a un seleccionado mundialista que uno de sus seres más amados ha muerto? ¿Qué tan bueno o malo es hacerlo con alguien que vive el momento más soñado de su carrera?

El 6 de junio de 1978, Argentina venció 2-1 a Francia con un gol de Leopoldo Jacinto Luque. Era el segundo partido de la fase de grupos del Mundial y con ese resultado la Albiceleste prácticamente amarró su pase a la siguiente ronda. Luque, además de ser una de las grandes figuras argentinas, era la esperanza goleadora para aspirar a levantar la copa.

Por la mañana del 7 de junio, sus padres y su cuñada lo visitaron en la concentración para hablar con él. Leopoldo vio sus rostros desconsolados y pidió que le dijeran inmediatamente qué pasaba. Fue entonces que le contaron que su hermano había fallecido calcinado tras un accidente automovilístico. Se enteró que murió a temprana hora del día anterior, horas antes del juego, pero la familia acordó no comentar nada para que no se distrajera de su objetivo: anotarle a Francia.

Luque aguantó las lágrimas porque creía que debía ser más fuerte que nunca, que no era momento para romperse, y el dolor lo impulsó para convertirse en campeón del mundo junto a sus compañeros. 

Ese tipo de fatalidad apareció en 2006 con México. A cuatro días de debutar en el Mundial, el 7 de junio, la concentración tricolor se vio afectada por el repentino fallecimiento de Felipe Sánchez Carmona, padre del arquero Oswaldo Sánchez, quien estaba feliz por ser el titular de la selección nacional para el torneo pero fue notificado por su familia sobre lo sucedido. La noticia se dio a conocer en todo el país, por lo que también cimbró a la afición, que a su vez se conmovió y se dedicó a manifestar apoyo al portero.

El guardameta quiso viajar a México para despedir a su papá y estar junto a sus familiares. La Federación Mexicana de Futbol y Chivas, su club en esa época, efectuaron las gestiones correspondientes para que pudiera trasladarse sin problemas y lo más pronto posible con el fin de que pudiera estar listo para enfrentar a Irán el 11 de junio.

Durante ese lapso de tiempo, el arquero fue arropado en lo anímico para que la tristeza no apagara el entusiasmo. Uno de los compañeros más allegados a él para fungir como soporte emocional fue Jesús Corona, segundo portero en la lista mundialista y del que se habló para suceder a Sánchez dada la circunstancia. Sin embargo, Chuy lo motivó a abrazar el sueño de ser titular en una Copa del Mundo. Y así lo hizo. 

A diferencia de otros tipos duros que prefieren posponer el duelo y reprimir sus sentimientos para mantenerse firmes en una meta, Oswaldo eligió quebrarse, llorar junto a Sinha al finalizar el duelo frente a Irán. Esa imagen derivó en llanto colectivo por una cuestión de empatía.

A 15 años de la tragedia de Sánchez, la cortesía afectiva fue devuelta por parte de Oswaldo a Corona mediante el constante y manifiesto deseo de verle campeón con Cruz Azul para que pudiera celebrar un título de liga, gloria que se le había negado en su trayectoria dentro de primera división.