El triunfo de Flora Duffy en triatlón no impactó. Duffy es dos veces excampeona de la serie mundial y competía por cuarta vez en un Juego Olímpico , donde nunca había terminado más arriba del octavo puesto en sus tres participaciones olímpicas previas.

El verdadero impacto, el real, en lo estrictamente deportivo, es que su victoria en triatlón en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 significó para Bermudas el primer oro olímpico y primera presea de cualquier tipo desde 1976 (el boxeador Clarence Hill se colgó el bronce en peso completo en Montreal). Bermudas, un pequeño país compuesto por una serie de islas que forman parte del territorio británico, se encuentra situada en el Océano Atlántico, a poco más de mil kilómetros de las costas de Carolina del Norte y a unos 1770 km de Miami. Su población no supera los 68.000 habitantes.

Pero la historia de la atleta de 33 años encierra una parábola de la vida en la que deporte le sirvió como refugio y salvoconducto emocional para intentar superar una enfermedad que la acompañará toda la vida. Flora padece trastornos de alimentación. En específico, anorexia. Una batalla desigual que hasta la alejó del deporte para zambullirla en una profunda depresión. Su obsesión, su única obsesión, fue tal que llegó a controlarse en exceso y detalle para anotar cada caloría que consumía. Ese enemigo silencioso que tanto daño hace a miles de personas la colapsó y la encerró en desarreglos alimenticios, subas y bajas de peso, ingestas y supraingestas que hicieron mella en su físico pero, sobre todo, en su alma.

Su apodo es “La dama de hierro” y ella misma se encargó de construirlo, ladrillo por ladrillo. De menor a mayor. A los 20 años, participó por primera vez en unos Juegos Olímpicos, los de Pekín 2008. A esos Juegos llegó tras perder 10 kilos y todo se le hizo cuesta arriba y no pudo finalizar la prueba. Eran tiempos en los que la anorexia lucía en todo su cuerpo. Los trastornos de alimentación, como fantasmas infatigables, la persiguieron tanto que tuvo la valentía de reconocer que había bajado 10 kilos y, que por eso, no llegaba en las mejores condiciones a Pekín. Ahí decidió poner en pausa su carrera deportiva y se alejó unos meses, casi un año, del triatlón. Entre el dolor y una enorme fuerza de voluntad, que lejos está del aliento de los propios y ajenos sino que debe ser un impulso íntimo y visceral, empezó a reponerse de semejante batalla para enfocarse en una vida mejor. El regreso al deporte se dio de manera lenta. Una época en la que las marcas y todo lo que encierra el deporte pasó a un segundo plano. Duffy se dedicó a disfrutar. A hacerlo de verdad. Para ella lo importante fue priorizar su bienestar y volver a un estilo de vida activo y saludable. En suma, el triatlón la motivó y le permitió una pronta recuperación.

El camino fue largo y el costo mental, superlativo. En 2016 su vida se encarriló en todo sentido. Primero y más importante, en el personal donde terminó de amigarse consigo misma. Afectos y aceptación la catapultaron e impulsaron para ser campeona de las ITU World Triathlon Series, del ITU Cross Triathlon World Championship y octava en los Juegos de Río 2016.

Para Duffy, en Tokio 2020, su vida amaneció. Y eso, no es poco.