Mientras los ojos del mundo futbolero se posan sobre Múnich, donde en una semana París Saint-Germain e Inter de Milán definirán la Champions League, el partido que más dinero pone en juego esta temporada ya se jugó. No fue en la cúspide del fútbol europeo, sino que en un partido del ascenso a la Premier League.
En plena efervescencia por la elite del deporte rey, el fútbol inglés volvió a demostrar que su maquinaria no se detiene nunca. Porque este sábado, en Wembley, se disputó “el partido más caro del mundo”, y lo ganó el Sunderland, al vencer 2-1 al Sheefield United. No levantó la Orejona, pero se llevó 300 millones de dólares y un regreso a la élite nacional, la cual muchos consideran su casa, tras ocho años de espera.
Sí, 300 millones. Más de lo que recibirá el campeón de la Champions y lo que entregan la mayoría de los grandes títulos del planeta. Las dos preguntas que sugiere este fenómeno son simples: cómo ocurre y por qué. Y sus respuestas tiene menos vueltas: derechos televisivos, premios por mérito deportivo, ingresos comerciales, contratos y lujosos patrocinios que mueven los partidos definitorios de la Segunda División de Inglaterra. Una búsqueda promovida por la Federación Inglesa (FA) para que, en este caso el Sunderland, pueda pisar nuevamente la Premier League en las condiciones que exige la competencia.
De esta manera, el respaldo financiero tiene el fin de ayudarle a conformar una plantilla competitiva, aggiornar instalaciones y reestructurar su base deportiva tras años de presupuestos limitados en las categorías inferiores. Es decir, un combo que achique el margen para que la próxima temporada no sean candidato al descenso y tengan la esperanza de poder, o al menos intentar, competirle al Big Six.
Un espaldarazo financiero tan histórico como agónico
A pesar de ser conocida como la final más cara del mundo, el encuentro que protagonizaron el Sunderland contra el Sheffield United se caracterizó por la tensión. Es que más allá de la felicidad que provoca el ascenso y el espaldarazo financiero, el plus definitivo lo dieron las formas en las que se desarrolló el encuentro. Perdía 1-0 y lo dio vuelta a falta de dos minutos, cuando Tom Watson, de 19 años, ingresó desde el banco de suplentes para desatar el delirio en Wembley. Un grito deportivo y económico, pero también cultural.
Es que el Sunderland no es un club más. Fundado en 1879, campeón de Inglaterra en seis ocasiones, protagonista de uno de los clásicos más pasionales de Europa ante el ante Newcastle y, de yapa, también una parte de su larga historia está teñida de albiceleste. A lo largo del tiempo, pasaron por el club jugadores argentinos como Claudio Marangoni, Marcos Angeleri, Ignacio Scocco, Oscar Ustari, Ricky Álvarez, Santiago Vergini, Nicolás Medina y, especialmente, Julio Arca, que jugó más de 170 partidos.
El equipo que atraviesa fronteras a través de una panatalla
Para aquellos que ya no tengan en el recuerdo la última campaña del Sunderland en la Premier League, igualmente existen altas chances de que el nombre del club de vueltas por su cabeza. Y hasta incluso que le tengan cierto aprecio. Es que el club quedó grabado en el inconsciente colectivo mundial por su docu-serie: Del Sunderland hasta la muerte, una producción de Netflix que siguió la vida diaria del club en los años más crudos del ascenso.
El Sunderland y un regreso de la mano del legado Bellingham
La historia del Sunderland también tiene nombre propio en el presente. Junto a Watson, otro joven de 19 años brilla con luz propia: Jobe Bellingham. Exacto, el hermano menor de Jude, la estrella del Real Madrid.
Jobe fue figura durante toda la campaña del Championship, disputó 43 partidos, anotó 4 goles, brindó 3 asistencias y fue elegido mejor jugador joven de la temporada. Una campaña que lo convierte en uno de los jóvenes a seguir en la próxima Premier League.
Pero más allá de las figuras, del premio millonario y del ascenso consumado, el Sunderland regresa al lugar donde, por historia, por mística y por pasión, muchos creen que siempre debió estar. Y lo hace con un billete dorado de 300 millones en la mano. No levantó la Champions, pero ganó el partido más valioso del planeta fútbol.
