No es una sino muchas las circunstancias que deben coincidir para que un equipo decida prescindir del mejor jugador del mundo, status que en relación a Lionel Messi ratificó FIFA en la última edición de los premios The Best. El fin de las relaciones entre el capitán de la Selección Argentina y PSG se desató también por un componente para muchos desconocido que nos encargaremos de abordar.

Pero primero lo primero, porque la ruptura inicial se dio con los hinchas y con la prensa. Los primeros se habían hecho tantas ilusiones de ganar la Champions League con el plantel de estrellas que armaron los jeques que no soportaron la seguidilla de decepciones. La figura de Messi, que esté quien esté como compañero siempre se llevará el grueso de las miradas, fue entonces centro de las críticas. El periodismo, por su parte quedó dolido con la final del Mundial volviéndose incluso más filoso de lo que había sido antes por simplemente cumplir la fórmula de criticar y polemizar a la figura más atrayente.

El desencadenante final fue el viaje de Lionel Messi y su regreso un día después del que, supuestamente, el club le había comunicado tener que presentarse a los entrenamientos tras la inesperada derrota ante el Troyes que también puso en riesgo, o al menos dio mayor dramatismo, la conquista de un título de liga que parecía estar asegurado. Sin que exista comunicado oficial, se conoció entonces la decisión del club de suspender al argentino por dos semanas, sin que pueda ir a entrenar, ni jugar, ni cobrar la proporción salarial correspondiente.

Dicho castigo viene a marcar el final anticipado del ciclo de La Pulga con el equipo parisino, porque una vez cumplidos los plazos del mismo a este le quedará poco más de un mes de contrato vigente. Y se sabe que ese vínculo no va a renovarse. Ahora sí, es tiempo de observar un último componente de la ruptura, ligado a relaciones internacionales y políticas.

El viaje que realizó Lionel Messi y derivó en su sanción fue para cumplir con algunos de los compromisos asumidos como embajador del fútbol en Arabia Saudita, nación que históricamente ha estado en conflicto con Qatar, la tierra de los jeques que llenaron de petrodólares al PSG. Esa enemistad se remonta al siglo XIX y se mantiene vigente con un marcado crecimiento de las hostilidades desde 2011 a la fecha.

Para simplificar un conflicto que incluye también cuestiones culturales y religiosas, puede señalarse como principal disputa el monopolio de las influencias políticas y religiosas de la región. Tal es el celo que existe entre una nación y la otra que en pleno desarrollo del Mundial de Qatar que coronó a Messi como campeón, los saudíes intentaron robarle millones de miradas llevando la pelea por el campeonato mundial indiscutible de pesos pesado de boxeo entre Tyson Fury y Oleksandr Usyk, aunque el plan terminó frustrándose.

Que Lionel Messi esté apadrinando a Arabia Saudita como embajador del fútbol es un puñal para los qataríes que invirtieron una auténtica fortuna en él, sin lograr siquiera que los hinchas estén conformes con ese esfuerzo económico. No había entonces otra salida que una separación que, pasa en las mejores familias, incluso se dilató demasiado.