El 2024 de River se vio caracterizado por las turbulencias. El no encontrar una continuidad en torno a lo futbolístico se transformó en moneda corriente después de, más allá de algunos baches, épocas de abundancia y de funcionamientos aceitados. Y eso quedó al descubierto durante el último tramo de la estadía de Martín Demichelis como director técnico y también luego del retorno de Marcelo Gallardo .
Tras el océano de irregularidades que generó el paso al costado del cuerpo técnico del ex defensor, el ‘Mundo River’ se vio inmerso en una emoción incontenible debido al, para muchos, sorprendente regreso del Muñeco. Hasta el más optimista dudaba de una vuelta tan rápida luego de aquella despedida que generó un derramamiento masivo de lágrimas en las tribunas del Monumental.
El click fue inmediato: los hinchas volvieron a ilusionarse con el título en una Copa Libertadores de América que se definiría en casa. La sola presencia de Gallardo era tan fuerte que la confianza comenzó a brotar por los poros de todos los fanáticos de River. Pero esa esperanza, esas ganas y esa ilusión no se vieron acompañadas por un andamiaje futbolístico acorde.
Más allá del desembarco de refuerzos de suma jerarquía, con dos recientes campeones del mundo con la Selección Argentina incluidos, River nunca encontró aquella solidez que había caracterizado a los equipos de Gallardo que supieron pisar fuerte en el plano continental. Pese a ello, más por peso específico que por funcionamiento, los de Núñez dejaron en el camino a Talleres de Córdoba y Colo Colo.
Primero, en octavos de final y contra el Matador, River gozó durante gran parte del segundo tiempo del partido de ida de tener un hombre de más. Sin embargo, tuvo que esperar hasta cerca del cierre para ganarlo con una pelota parada. Más tarde, en el cotejo de vuelta, aprovechó algunos errores groseros del combinado cordobés y liquidó la historia. Pero nunca se mostró realmente fuerte.
Luego llegó el turno de los cuartos de final contra Colo Colo. El Millonario arrancó ganando en territorio chileno pero debió conformarse con un empate 1-1 en un partido en el que fue ampliamente superado. Para colmo, una semana después, ya en Buenos Aires, el planteo de Jorge Almirón volvió a poner contra las cuerdas a un River que lo ganó de forma apretada y sufrida gracias a un tanto de Facundo Colidio en el inicio.
La confianza seguía. La final en el Monumental estaba a la vuelta de la esquina, pero las dudas ya nublaban ese cielo que ya no mostraba las mismas esperanzas. Una vez más, no por el ímpetu ni por las ganas sino por la escasez de vuelo futbolístico. Y se avecinaba un rival realmente serio como Atlético Mineiro. Sí, un equipo con muchas figuras y serio candidato al título.
Así fue como los de Gabriel Milito desnudaron todas las falencias y todas las limitaciones de un River apático, sin ideas y caótico. Con concentración y pelotazos frontales para sus dos delanteros, el Galo dinamitó una última línea Millonaria que, llamativamente, tuvo en dos de sus defensores centrales a sus puntos más flojos. De esa forma quedó expuesto un planteo erróneo de Gallardo, con cinco hombres atrás pero sin Marcos Acuña y con las discutidas presencias de Nicolás Fonseca e Ignacio Fernández.
Tras ese partido, con una diferencia de tres goles en contra, con una alarmante falta de sociedades y de claridad a la hora de la generación y con desconcentraciones impropias de un equipo con las aspiraciones, las exigencias y las ambiciones de River, el castillo se desmoronó casi por completo. Sí, casi. Casi porque ya no lucían argumentos futbolísticos en el horizonte pero sí un contexto impactante que los hinchas prometían ofrecer.
Una vez más, los hinchas de River cumplieron con su rol a la perfección. Si había algo que se podía hacer para preocupar, intimidar y presionar al rival, ellos lo sacaron a la cancha. Lo dieron todo pero no alcanzó. No alcanzó porque, otra vez, el despliegue sobre el verde césped no fue el que se necesitaba para jugar un partido de este calibre.
Si bien River se hizo dueño del trámite, de la pelota y del terreno desde el primer minuto, la diferencia en contra era muy grande y también los apuros y las urgencias. Con un cambio de esquema y de varios nombres, Gallardo intentó someter a Atlético Mineiro, pero la búsqueda se limitó, en gran medida, a una lluvia de centros sin resultados.
Así fueron transcurriendo los minutos con un River totalmente volcado al ataque pero envuelto en una notoria desesperación propia de un equipo que no había hecho bien las cosas al momento de barajar las cartas y que tampoco pudo aprovechar un entorno pocas veces visto. Por ello, si bien es cierto que la distancia en el marcador global podría haber sido menor, los de Núñez nunca pudieron competir.
En definitiva, no hay que tenerle miedo a la palabra fracaso. Y lo de River, teniendo en cuenta el dinero invertido y la expectativa por el retorno de Gallardo, fue un verdadero fracaso motivado por algunas falencias en el armado del plantel, puntos individuales muy flojos y desaciertos de un entrenador que, en su segundo ciclo al frente del equipo, no está pudiendo sostener aquello que lo transformó en el estratega más importante de la historia de la institución.