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Juegos Olímpicos

Juegos Olímpicos Tokio 2020: Eulalio Muñoz, de alambrador de campos a maratonista olímpico

Nació en un pueblo de 1000 habitantes. Soñó con jugar al fútbol en la Primera de River y el destino, sumado a su talento como fondista, lo tendrá en el Maratón Olímpico de Tokio 2020. Conocé la historia de Coco Muñoz.

Eulalio Muñoz, en el Maratón de Buenos Aires
© Prensa Maratón de Buenos AiresEulalio Muñoz, en el Maratón de Buenos Aires

De vez en cuando sueña con alguna corrida memorable como si fuera un barrilete cósmico que convierte un gol, tras un magistral pase de Enzo Pérez. Cada tanto se imagina una apilada inolvidable por el andarivel derecho en la que saca un certero pase atrás para que Matías Suárez la pique por encima del arquero (“si es de Boca, mejor”, admite entre risas con un “jaaaaa” largo). En una u otra secuencia emocional y tan vívida como si fuera real, Marcelo Gallardo lo recibe entre sus brazos, lo arropa y lo estruja para convertirlo en jirones de felicidad. Si bien hoy su foco real, acaso su profesión tangible es el maratón, su pasión por River lo tiene siempre pendiente del Millonario, “pero ahora, en el fondo, prefiero mirarlo desde afuera”, dice y se ríe de nuevo con otro “jaaaaa” extenso y pegadizo.

La sonrisa de Eulalio Muñoz es su leitmotiv de presentación. Pícara y llena de una pizca de ingenuidad. Sus ojos también son otro, sí otro más, de sus rasgos distintivos. No puede evitar sonreír Eulalio. Mucho menos cuando sus ojos o su mente se posan sobre Clotilde Barrera, su mamá. “Ella me dio todo lo que pudo. Se sacrificó mucho por cada uno de sus hijos y, claro, cada vez que viajo la extraño mucho”, le cuenta Bola Vip el hombre que ya es casi como un prócer en Gualjaina, un pueblito ubicado a más de 100 kilómetros de Esquel, en la provincia de Chubut. “Gualjaina es un pueblito situado en la meseta central de Chubut, un oasis de la estepa patagónica”, se apresura a describir. “Viví ahí hasta los 17 años que me fui a Esquel. Mi familia, en realidad, vivía en Costa de Gualjaina, que es a la vera del río y queda a 13km del pueblo y esa distancia la cubríamos casi todos los días a pie. Como era el más chico de todos, llegaba llorando y como no me esperaban hacía casi todo el trayecto corriendo”, detalla el atleta que ostenta la segunda mejor marca argentina en Maratón (la obtuvo en diciembre de 2020 al ubicarse en el 30º puesto en la 40º edición del Maratón de Valencia, con una marca de 2h09m59s para así quedar a solo dos segundos del récord nacional marcado por Antonio Silio el 30 de abril de 1995 en Hamburgo, Alemania). “Me motiva muchísimo haber quedado a dos segundos del récord de Antonio [Silio] porque sé que puedo seguir mejorando. La idea es quebrar esa marca. Creo que se puede lograr. Ahora solo me quiero enfocar en los Juegos Olímpicos, donde se correrá una carrera (domingo 8 de agosto) diferente por muchos factores. Por un lado, el calor. Y por el otro, en los Juegos las carreras son un poco más tácticas. Además, el circuito suele ser trabado con muchos retomes (será en el Parque Sapporo Odori, en el centro de la ciudad, al que los atletas le darán tres vueltas, la primera más larga que las otras dos). Si logro hacer una buena puesta a punto final, puedo llegar a correr cerca de mi mejor marca. Me preparé de la mejor manera”, enfatiza el atleta que vivió una verdadera odisea para viajar a México por las cancelaciones de los vuelos que no solo azotan a la Argentina sino a varios países del mundo por la creciente escalada de casos desde que se detectó la variante Delta del coronavirus y que, a dos semanas de que arda la llama olímpica en el pebetero, llevó a los organizadores de los Juegos de Tokio 2020 a prohibir la presencia de público en el evento.

Tiene más virtudes Coco, claro. Otras que, más allá del deporte y el atletismo, lo ayudaron a sobrellevar algunas carencias que él cuenta cada vez que puede con orgulloso empeño. La vida de Coco Muñoz se enmarca a la perfección entre el sacrificio y la privación. No de afecto, ni de amor. Sino de cuestiones materiales, como podría ser tener calefacción a gas (usaban leña que acopiaban todos los veranos para no tener que juntarla durante el duro invierno) o un televisor. “No pasamos hambre. Mi viejo trabajó en el campo, tenía ovejas y caballos. De chico lo ayudaba en los trabajos rurales. En realidad, mi papá era alambrador y me enseñó el oficio. Le daba una mano, era ayudante suyo para que hicieras los trabajos, pasaba las varillas, agarraba el alambre”, dice la noche previa a emprender el viaje rumbo a México, donde realizará la puesta a punto final junto con su mentor y entrenador Rodrigo Peláez, de la Escuela Municipal Awkache. Y añade: “Nos levantábamos a las 7 de la mañana y lo primero que hacía era darnos un pedazo de carne con mate y nos hacía cascarilla con leche. Al medio día, carne de nuevo; a la tarde, mate, y a la noche, una sopa con carne. Todo el tiempo nos daba carne. Hoy en día estoy un poco cruzado con comer carne. Como más polenta, arroz y mucha verdura”.

De chico, sus sueños y anhelos lo tenían casi siempre con una pelota y con Maradona como protagonistas. “Empecé a jugar al fútbol a los 8 años en el Club Deportivo Gualjaina. Como no teníamos tele, un amigo nos regalaba las revistas El Gráfico y me las leía al derecho y al revés porque no teníamos otra cosa para hacer. La tele llegó a casa a mis 15 años. Entonces había que leer. Leía todo lo que fuera sobre Maradona y quería ser como él porque era un chico de barrio y pudo salir adelante”, precisa. “Pensaba que si entrenaba bastante tal vez pudiera tener una chance. Cuando mi papá me regaló una pelota, todas las mañanas salía a patear y patear. En 2011 el club se cerró, desapareció. Como me gustaba salir a correr para estar en forma, me invitaron a una carrera. Primero corrí una carrera de 12km de la escuela y le gané a todos los que ya corrían de Gualjaina. Como gané me invitaron a correr los 5km dentro de la Maratón al Paraíso, una de las carreras más famosas de allá. Me anoté en los 5km y terminé corriendo 21km”, describe.

En aquella carrera ganó su categoría y el hecho de subirse a un podio lo movilizó tanto que tomó una decisión: su vida estaría ligada al atletismo, para siempre. “Terminé entre los primeros con 1h22m. Había ganado Joaquín [Arbe] (el otro maratonista argetnino clasificado para Tokio 2020), si no me equivoco con 1h12m. Si estaba a 10 minutos de los mejores pensé que ahí tenía una oportunidad grande. Me dieron una plaqueta grande y dije ´fa, esto es lo mío´. Ahí me encuentré con Andrea De La Cerda, una profe de allá, y me ofreció entrenarme”.

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Muñoz, en el Maratón de Valencia

Muñoz, en el Maratón de Valencia

Esos primeros pasos sobre suelo firme y con sustento deportivo casi palpable, empezaron a edificar su deseo visceral por trascender. Lo que en verdad más deseaba Coco era salir de Gualjaina, viajar, conocer el mundo. Por ello, en 2012, aprovechó un torneo provincial de cross que se disputaba en Esquel y cuyos tres primeros clasificaban para el torneo Nacional que, ese año, se realizaba en Villa María, Córdoba. “Perdí en el remate final, en los últimos 50 metros pero me clasifiqué. Fue mi primer viaje y lo amé por más que tuve que viajar durante casi dos días. Era la primera vez que salía de Chubut. Ahí conocí a Rodrigo Peláez que estaba con su equipo. Fui eufórico a saludarlo y se iba a Rotterdam con Karina Neipan, una de las grandes atletas de Chubut. Me felicitó y me entusiasmé, estaba con Karina y sus nombres siempre salían en la radio”, señala.

Coco tenía 17 años y mamá Clotilde no quería saber nada con su partida. El éxodo de Eulalio recién pudo concretarse en 2013. “Rodrigo se encargó de conseguirme una beca y un lugar. Me dieron un trabajo por $1000 y usaba $400 para alquilar en una pensión y tenía $600 para vivir. Mi viejo, en ese entonces, ya se había vuelto al campo porque mis viejos se habían separado. Mi vieja recién conoció ese año a Rodrigo. Ella no quiso y medio que me escapé igual”, admite. “Mi vida se basaba en entrenar, en ir al colegio, ir al trabajo en el Centro de Atención Familiar (el CAF) que implicaba una hora aproximadamente como maestranza, volver al colegio por la equivalencias y volver a entrenar. Así, todos los días. Los viernes me volvía a Gualjaina. Como los viernes me volvía a mi pueblo no hacía una materia que aún me quedó pendiente. Es química y pienso hacerla”, continúa y su voz se hace ronca, pierde la fluidez discursiva natural que lo distingue.

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De pronto se calla, no quiere llorar. El viaje, la escapada a Esquel significó un quiebre definitivo en su vida. “El 1 de julio de 2013 mi viejo se enfermó. Cuando era más joven se cayó de un caballo y lo pateó y eso le dejó dos costillas quebradas. Nunca se hizo tratar y de más grande se le hizo un hematoma. Dos días antes de mi cumpleaños que es el 16 de julio fallece y fue un golpe muy duro. Estaba hacía unos meses en Esquel y me eché la culpa durante mucho tiempo porque el que lo ayudaba era yo. Él tenía un problema: tomaba mucho alcohol y a raíz de ese hematoma le descubrieron un tumor en la cabeza y todo se hizo peor. Estuvo dos semanas en coma y a lo último ni nos reconocía. Se le ponía morfina cada dos horas”. La ayuda de su familia y la de Rodrigo, su entrenador, fueron determinantes para que Eulalio no se quedara en el camino como tantos chicos que en plena adolescencia se pierden en los intrincados laberintos de la vida. Como un efecto dominó, Coco Muñoz luchó contra esos magullones emocionales y hasta pensó en abandonar todo. La tristeza que en un principio lo carcomía la terminó capitalizando como combustible para empezar a dar un paso y otro y otro… “En ese momento me quise volver y mi familia junto con Rodrigo me contuvieron mucho. Gracias a ellos entendí que no era mi culpa, yo sentía que lo había abandonado hacía cuatro meses. Me costó dejar de echarme la culpa. Por eso cada vez que llego señalo el cielo y se lo dedico a mi papá que cada vez que corría me esperaba con un asado como premio. A su manera me comprendía”.

De aquella mudanza de Gualjaina en 2013 en la que aún se recuerda “templando y tiritando de miedo y de frío” pasaron casi ocho años. Algo así como dos ciclos olímpicos en lo que Coco entendió que por más frío que haya en Esquel, “porque ahí corre muchísimo viento”, la decisión de partir lo hizo más fuerte para soportar lo bueno y lo malo que le tocó en suerte.

“Correr me hizo ser responsable y disciplinado en todos los órdenes de la vida. Siempre supe que la actitud es lo mejor que uno puede tener y mostrar. Cuando hablo de actitud me refiero a dar lo mejor de uno en lo que elija hacer. Hacerlo con decisión y con amor, ayudan a uno a lograr lo que se proponga”. Cierto halo maradoniano, acaso, aparece en sus pensamientos. Como si fuera una secuencia divina que transcurre, al tiempo que Eulalio pasa las páginas de una vieja revista El Gráfico en la que Maradona, su ídolo futbolístico de siempre, le marca el terreno, para que sus zancadas se hagan, cada vez, más firmes y decididas.

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Aquí se correrá el maratón olímpico de Tokio 2020:

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