Ni siquiera tranquilizó la travesura de haberle ganado al anfitrión para dejarlo último de grupo. La afición mexicana estaba molesta por el fracaso del Tri olímpico bajo el mando de Ricardo La Volpe al quedar eliminado en primera fase. Y es que se había depositado mucha fe en esa selección porque se creía que era fácil superar a Mali, Corea del Sur y Grecia en Atenas 2004, sin embargo no fue así.

El malestar motivó que también se concibiera la teoría de que asiáticos y africanos acordaron empatar en el último juego para que ambos clasificaran a Cuartos de final. Pese a debrayar con esa posibilidad, el enojo de los aficionados persistió con México.

 

Pero había ganas de apoyar a alguien, a un equipo. Muchos futboleros inclinaron sus simpatías por Argentina, selección dirigida por Marcelo Bielsa y que tenía entre sus integrantes a César Delgado, jugador en ese entonces de Cruz Azul. 

 

Otros tantos, optaron por alentar a Paraguay, que tenía como principal figura a uno de sus refuerzos mayores de 23 años, José Saturnino Cardozo. Aficionados del Toluca no lo dudaron, se subieron al barco guaraní por la simple razón de ver en acción y alentar a su ídolo.

José Saturnino fue llevado a los Juegos Olímpicos por el entrenador Carlos Jara Saguier con la misión de hacer goles y no falló en la encomienda. Frente a Japón anotó dos en fase de grupos. Después de eso guardó su dosis de pólvora para hacerla explotar en rondas decisivas, tal como lo hizo contra Corea del Sur en Cuartos de final e Irak en semifinales. 

Con cinco goles en su cuenta, Cardozo se había erigido como el responsable de la esperanza paraguaya para lograr la hazaña de conquistar la medalla de oro. Junto a Fredy Bareiro, quien hizo cuatro, formó una dupla letal a la ofensiva guaraní. 

En Paraguay, la gente se emocionó por saber que su selección estaba en la final, a un paso de lograr la mayor proeza deportiva de su historia. Mientras tanto, en México, la afición de los Diablos Rojos sentía como suyo el anhelo de celebrar la presea dorada.

Desafortunadamente para su causa, dos obstáculos se interpusieron en el camino al podio del primer lugar. Primero, el rival; Argentina, la máquina perfecta del torneo con 16 goles a favor y ninguno en contra. A eso, la fatal noticia del derrumbe del sueño: la lesión de José Saturnino en la rodilla derecha que lo dejaba fuera de la final.

Pese a que Jara Saguier confiaba en una rápida recuperación de Cardozo, tuvo que prescindir de él y modificar su planteamiento táctico. Paraguay se defendió ante la Albiceleste, aunque no surtió efecto, porque Carlos Tévez anotó el gol que le dio el oro a la selección argentina.

De todos modos, la presea plateada fue celebrada por los paraguayos, que reconocieron el mérito y el esfuerzo de sus jugadores para instalarse en una final olímpica. José Saturnino, por su parte, fue vitoreado por quedar como subcampeón goleador del certamen, así como por ser el seleccionado nacional guaraní heroico por haber convertido goles en una Copa del Mundo (Francia ‘98) y Juegos Olímpicos.

En Toluca, el fracaso del Tri olímpico dolió menos que al resto de futboleros mexicanos; la plata de Cardozo valió la pena para alegrarse por el futbol en Atenas 2004.