El festejo del gol que anotó Marco Tardelli en la final de España ‘82 contra Alemania es considerado por muchos futboleros como el más genuino y emotivo de la historia. Aquella celebración es considerada como un emblema debido a que representa el sentir de cualquier persona que manda el balón a la red en un partido que considere importante.
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Posteriormente, en 1996, apareció Eric Cantona para decir que cada gol convertido debe festejarse de manera distinta, nunca debe repetirse la misma celebración. Así lo declaró después del golazo al Sunderland en Old Trafford, templo donde celebró girándose lentamente con los brazos arriba para contemplar cómo lo admiraba la afición. Ha sido catalogado como un festejo épico y elegante.
Dos décadas después en México, bajo la tónica de que cada festejo tiene que ser diferente, Paul Aguilar puso de moda una celebración atípica que consistía en un intento de baile, o mejor dicho demovimientos arrítmicosbasados en su gusto por la música de banda sinaloense.
Las críticas no se hicieron esperar. Era un festejo fuera de lo común, sí, pero calificado de “horrible” por no ser estético. También se cuestionó que fuera teatralizado, ensayado, es decir nada espontáneo. Incluso los propios aficionados americanistas veían con malos ojos que lo hiciera.
En ocasiones la manufactura de sus goles pasaban a segundo plano debido a la manera en que los festejaba. Y eso que varios de ellos fueron de buena hechura.
Parte del futbol, los festejos también acompañan la carrera de un jugador. En este caso se trata de Paul Aguilar, un futbolista que se encuentra sin equipo, pensativo en el retiro y reiventándose en la pandemia con la compra y venta de autos. Algún día, para bien o para mal, sus celebraciones serán recordadas.
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