“Quiero ser como Ayrton Senna” fue una afirmación recurrente que expresaron los hombres aficionados al automovilismo que siguieron su trayectoria en la década de los ochenta y principios de los noventa. Para algunos era el impulso y el retrato de la virilidad por su forma de conducir, la adrenalina hecha persona. Para otros era la naturaleza del tipo frágil capaz de mostrar sus sentimientos sin pena alguna y con plena conciencia de que la muerte es un paso en la vida.

El aficionado común y corriente se emocionaba con verlo en el podio, sobre todo si le ganaba una carrera a Alain Prost, su encarnizado rival con quien llevó la competencia a un límite que rebasaba la comprensión deportiva. Eran la representación del orgullo masculino disputándose el honor en cada pista con la firme convicción de que ser segundo lugar era no solamente una humillación, sino un fracaso de vida, y ninguno de los dos estaba dispuesto a conceder esa deshonra. 

 

Para pilotos y profesionales allegados al automovilismo, Senna era mucho más que el simbolismo del odio respecto a Prost. Se trataba de un retrato de la fragilidad humana que cautivaba y alarmaba a la vez por la manera en que el volante podía llevarlo de la obsesión a la locura, de la alegría al llanto sin importarle expresarlo públicamente.

Carolina Rodríguez, edecán de lucha libre, es hija de Sergio Rodríguez, fallecido piloto de Fórmula 3, y sobrina de los hermanos Ricardo y Pedro Rodríguez, pilotos de Fórmula 1 también fallecidos. Ella creció entre pits, con más historias de motores y neumáticos que cuentos de hadas.

Su papá intentó incursionar en F1 al mismo tiempo que Senna, sin embargo, por cuestión financiera, no se pudo. “Para ser piloto de élite, se necesita mucho dinero, mucho. En ese tiempo mi papá no atravesó por un buen periodo para captar esos ingresos y se quedó en Fórmula 3. El que sí llegó fue Ayrton Senna”, comenta Carolina a Bolavip México.

Pero lejos de cualquier envidia hacia el piloto brasileño, nació la admiración por él. Senna poseía cualidades que desde su juventud vislumbraban el potencial de su estilo agresivo para conducir. En contraste, si bien es cierto que todo piloto es temerario, la temeridad de Ayrton estaba por encima del resto, lo que hacía ver que en su interior trabajaba mucho con el tema de aceptar la muerte sin tenerle temor en caso de que se le apareciera.

“Al crecer con un piloto como papá, crecí oliendo gasolina, sabiendo de mecánica. También crecí viéndolo en ambulancia, viendo su auto chocado, y con la angustia por saber que en cada carrera se jugaba la vida. Es terrible vivir con esa idea de que no puede volver. Ahora imagínate lo que fue para alguien como Senna, que iniciaba su vida subiéndose al auto y terminaba bajándose de él”, cuenta Carolina. 

Berrinches, miradas tristes, manifestaciones de ira, sonrisas sinceras. No había una línea concreta para descifrar a Senna. Reaccionaba conforme a cada carrera, con base en cada acierto o error que se detectaba a sí mismo en la pista, así como a sus propias emociones de lo sentido en la pista a bordo del automóvil.

En un deporte donde se destacan las máquinas, después de Niki Lauda (sobrellevar las marcas del accidente que le dejó parte de su rostro quemado), Ayrton puso sobre la mesa el lado humano en el automovilismo. Pilotos se cuestionaban qué pasaba por su mente, cómo era capaz de sumergirse en la tristeza frente a las cámaras antes de iniciar una carrera y enojarse o carcajearse al finalizarla. 

 

El aspecto emocional de Senna hizo clic con aquellas personas que veían en el volante y el acelerador algo más que un artilugio para sentir poder, autoridad y adrenalina. No en balde el mundo le lloró por tres días consecutivos tras haber muerto en el Gran Premio de San Marino en 1994. Le lloraron al hombre-piloto que hizo del automóvil su vida-muerte, el escenario idóneo para quien asume que la trascendencia y autoconocimiento como individuo allí se encuentra.

Después de su fallecimiento, el pensamiento cambió: muchos ya no querían ser como Ayrton Senna. Se dieron cuenta que la inmortalidad asusta.