Ya lo había dicho el capitán Diego Godín después de la agónica victoria ante Egipto en el debut. A Uruguay le gusta así, justito. Hasta da la sensación que merece menos después de cada victoria y que merece más, por la entrega, cada vez que le toca tropezar.

Pero a Uruguay le gusta así porque así le funciona. Y por tercera vez consecutiva disputará los octavos de final de un Mundial de Fútbol, siempre bajo la conducción de ese maestro que es Óscar Washington Tabarez.

Otra vez, necesitó apenas de un gol para cantar victoria, contra la pobre Arabia Saudita de Juan Antonio Pizzi que en el debut había recibido cinco mazasos de parte de Rusia.

Fue con el solitario gol de Luis Suárez al minuto 23, tras empujar en el área chica un centro que Carlos Sánchez, como en el tanto de Giménez contra Egipto, envió desde el córner. Fue justo para que El Pistolero celebrara sus cien partidos con La Celeste y para que anunciara al mundo la llegada de un nuevo hijo.

Fue para avanzar, de la mano del anfitrión Rusia, a esa instancia de vida o muerte donde es capaz de hacer tambalear hasta al más poderoso, pero también de flaquear ante el rival más inesperado. Fue como más le gusta. Justito, pero con sabor a gloria.