Heridos por la eliminación a manos del Necaxaen semifinales, americanistas alentaron al Atlético Celaya en la final de la temporada 1995-96. Unos cuantos compraron boleto para acudir al Estadio Azteca vestidos con playera blanca o azul con el deseo de ver perder a los Rayos. Les dolió haber sido despertados del sueño por verse campeones antes de tiempo.

Otros aficionados asistieron también de blanco para apoyar al equipo celayense, pero no por revanchismo hacia los necaxistas sino por su devoción a Emilio Butragueño y al Real Madrid. Querían ver campeón y en vivo al Buitre, un ídolo con quien crecieron aficionados al club merengue en los ochenta.

Butragueño era el centro de atención. Había sido el artífice de lo impensable: trascender con Atlético Celaya. Quienes aseguraron que solamente venía de paseo al futbol mexicano, se comieron sus palabras y terminaron asombrados por el liderazgo que tuvo el español para guiar al equipo recién ascendido hacia una final. 

Gracias a él, las simpatías estaban con la camiseta celayense. Por si fuera poco, la épica de ver consagrándose a un equipo en su primer torneo de primera división entusiasmó a los futboleros en general, salvo a los necaxistas, que anhelaban el bicampeonato.

El villano para arruinar esa historia fue Manuel Lapuente. Tal como lo hizo contra Cruz Azul un año atrás, el entrenador estudió el punto fuerte del rival para ponerle marca personal. Así como Efraín ‘Cuchillo’ Herrera nulificó a Julio Zamora para coronarse, Manolo eligió a Eduardo Vilches para ser la sombra de Emilio Butragueño.

Durante 85 minutos, Vilches secó por completo al Buitre. La marcación fue de cuerpo a cuerpo sin espacio para un paso. Como si lo hubiera tomado de la cintura con el objetivo de no soltarlo, el defensa chileno mantuvo en su hosco ritmo al español, que no pudo desenvolverse con soltura para generar peligro.

Pero a cinco minutos de finalizar el partido, en una jugada a balón parado, Butragueño se desprendió por un segundo de Vilches. Rompió el ritmo de la danza triste que tuvo la misión de matar al futbol para desprenderse e ir a buscar el balón por aire. Al tener los pies agazapados por la marca del chileno, recurrió a la cabeza. 

Vilches ni cuenta se dio de que su prisionero se había movido para posicionarse solo frente a la portería defendida por Nicolás Navarro. Butragueño remató un centro al área y el grito de “goooool” se escuchó con fuerza en algunas partes del estadio; americanistas y madridistas estallaron en júbilo. Lo hicieron en falso, cayeron víctimas del espejismo. El furor del grito se ahogó de inmediato al ver que el balón salió de la cancha sin haber tomado dirección hacia el arco.

La falla de Butragueño fue agradecida por los necaxistas, principalmente por Vilches, quien había cometido su único error de marcación en el partido y estuvo a nada de costarle un título de liga. 

En las tribunas, los americanistas que apoyaron al Celaya incrementaron todavía más su enojo hacia Necaxa (ya tomarían desquite en 2002) y los devotos del Buitre le aplaudieron a su ídolo, que mucho hizo con encaminar al equipo a la final.