Al aumentar el volumen o la intensidad de las sesiones de entrenamiento o planificar un ambicioso objetivo deportivo, se suele ocupar tiempo en blindar los músculos y tendones pero pocas veces se toma consciencia de los múltiples impactos que generan microtraumatismos en los huesos y las articulaciones (que por más fuertes que sean no están exentas de sufrir lesiones importantes).
El exceso de ciclos de carga en un hueso puede originar pequeñas lesiones que se acaban convirtiendo en una línea de fractura, también llamadas ‘fracturas de estrés’ (se refiere al estrés mecánico recibido).
Los huesos están vivos y en un continuo proceso de formación y reabsorción, de modo que, como cualquier tejido, necesitan el ambiente de nutrición y descanso adecuado para estar sanos. Los huesos largos tienen una parte esponjosa en su interior y otra cortical, más dura y densa, en su zona periférica.
¿Cuáles son las señales de aviso de una fractura por estrés?
· La baja disponibilidad energética o pérdida de peso corporal, como resultado de un trastorno alimentario pasado o actual.
· Bajo índice de masa corporal (IMC)
· Menstruaciones irregulares
· Primera menstruación atrasada (15 años o mayor)
· Baja densidad mineral ósea
Si existen alteraciones biomecánicas, como una excesiva pronación, se usa calzado inadecuado, se entrena en terrenos duros o que no absorben la energía, las probabilidades de que aparezcan estas lesiones es mayor.
El riesgo es todavía mayor en corredores que presentan menor densidad mineral ósea, osteopenia u osteoporosis, que es relativamente frecuente en mujeres posmenopaúsicas o atletas jóvenes que entrenan a alto nivel y presentan amenorrea (ausencia del periodo) o déficit energético.
En la preparación de carreras de ruta de larga distancia (21K, maratón o ultras), no es infrecuente que aparezcan fracturas de estrés en huesos como los metatarsianos, la tibia, el peroné o el sacro.
En casi todos los casos ni los pacientes ni los profesionales que hicieron las primeras consultas habían sospechado un diagnóstico de fractura de estrés a pesar de ser muy fáciles de diagnosticar.
El dolor aparece al correr y no suele darse en actividades alternativas. Para confirmarlas se suele recurrir a la resonancia magnética, dado que en las radiografías simples no suelen detectarse.
Cuando aparecen es fundamental realizar un análisis de todos los factores que han llevado a su aparición. A nivel preventivo, las medidas de descanso y recuperación son útiles, especialmente el reposo, la fisioterapia, la nutrición y una suplementación adecuada, sin olvidar que el fortalecimiento ayudará a fortalecer nuestros huesos sin riesgo (mientras que la natación y la bicicleta mantienen el trabajo cardiovascular). El corredor debe realizarse un correcto análisis biomecánico de la marcha y consultar a un especialista en podología (que recomendará el uso de plantillas de ser necesarias).
Las fracturas de estrés mejoran y se curan fácilmente si se siguen las pautas de carga correctas (aunque es inevitable parar de correr, dependiendo el grado de la lesión, entre 6 y 12 semanas) y en escasas ocasiones -como con el escafoides tarsiano o el cuello femoral- puede ser necesaria una intervención quirúrgica.