“Lo traeremos de vuelta a H-Town. Nos hemos quedado cortos estos últimos años. Esta es otra oportunidad para que luchemos por él y lo busquemos nuevamente”. Las palabras las suelta James Harden y la referencia es hacia el trofeo Larry O'Brien. El Barba, como con su juego, hace parecer sencilla una situación que no le resultará favorable en la burbuja de Orlando. 

En los últimos tiempos, Houston Rockets nunca estuvo más cerca que jugar las finales de la NBA que en el 2018. En aquella oportunidad, los poderosos Golden State Warriors se impusieron al cabo de siete juegos en las finales de conferencia, pero quedó demostrado que la serie se definió por detalles importantes. Por ejemplo, la lesión de Chris Paul

Los Rockets tenían a Trevor Ariza como su gran defensor y a Clint Capela como el dueño del juego interno. Hoy, ninguno de los dos baluartes están presentes y Paul fue reemplazado por Russell Westbrook. Sin embargo, las probabilidades de campeonato para Houston están siempre y cuando puedan controlar a los hombres grandes rivales y los triples ingresen. 

Por el funcionamiento que plantea su General Manager, Daryl Morey, en Houston no existen los tiros de campo de baja probabilidad, es decir, aquellos de dos puntos lejanos. Los lanzamientos de tres unidades se hacen primordiales, pero una mala noche puede reducir las chances de campeonato a 0. 

Si Houston se topara con Los Angeles Lakers en playoffs, Anthony Davis podría jugar de lo que quisiera. ¿Si enfrentan a los Clippers? No tienen demasiados defensores para tantos buenos jugadores con la rotación que implica la franquicia de Doc Rivers. Además, Eric Gordon se lesionó el tobillo y, si se apura, podría recaer prontamente. 

Lo cierto es que los Rockets pueden ser campeones de la NBA, claro que sí, porque James Harden ha demostrado que es uno de los jugadores con mayor poder de anotación de toda la historia. Tiene méritos. No obstante, a la hora de poner todo en la balanza, sus afirmaciones no parecen tener demasiados fundamentos.