Confiar por orden celestial en un método infalible es un atentado contra la naturaleza humana, esa que por raciocinio, inventiva y rebeldía fue capaz de crear un juego tan hermoso que ni siquiera un dios podría haber imaginado.

Un paso adelante. Quince hacia atrás. Todos los avances que FIFA había logrado en su cruzada por introducir al fútbol de una vez por todas la tecnología quedaron sepultados por el uso irresponsable del recurso que generó, como en toda la historia, un perjudicado y un favorecido.

Atlético Nacional no se despidió del Mundial de Clubes por el polémico penal con el que se introdujo el uso del Video Ref en una competición oficial, pero es inevitable sospechar que fue el conejillo de indias en un experimento que no encontró aplicación en los partidos preliminares y en el que sus impulsores no tuvieron la valentía suficiente como para arriesgarse a hacer la prueba en presencia de un gigante como el Real Madrid.

Entonces, cuando era casi absoluto el convencimiento acerca de la necesidad de introducir la tecnología como respaldo para los árbitros, que históricamente han jugado el papel de villanos, la discusión presentó un giro inesperado que deberá ser planteado con tanta o mayor responsabilidad que la anterior.

Es un riesgo hacer de la tecnología religión. Es un riesgo abolir la duda en nombre de un método infalible. Porque si la fe supera a la razón, si se concede un terreno en el que no se admita discusión alguna, la injusticia dejaría de ser obra del error humano para pasar a ser decreto de un ente autoritario que no concede réplica.

Habría que esperar, entonces, la aparición de un árbitro revolucionario que se inmole en pleno campo de juego, atreviéndose a desafiar la decisión del tribunal, negándose a conceder lo que juzga incorrecto aunque se tratase de un designio divino. Habría que esperar, además, que el mundo se convenza de que éste tiene razón y que el video, o el método elegido, llevó a un error de cálculos que, como a lo largo de toda la historia, no hizo más que generar un perjudicado y un favorecido. Y allí, recién allí, volverían a cambiar los paradigmas. No diga que no es demasiado riesgo.

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