En la casa de su abuela todavía se conserva el recorte de diario que lo anunciaba como el relevo natural de Martín Palermo. Una competencia durísima, pero al final de cuentas mano a mano que prometía a Jonatan Philippe oportunidades de mostrarse y ganar confianza. Por aquel 2009, Boca estaba listo para vender al Genoa a Lucas Viatri, que el año anterior había dado la cara para reemplazar al Titán durante una lesión. Pero no solo se cayó esa transferencia, sino que además llegó al equipo Luciano Figueroa desde Italia.
De ilusionarse con acumular minutos a las órdenes de Coco Basile, el delantero que había llegado al club hacía menos de dos años con la chapa de ser goleador histórico de las divisiones inferiores de Huracán se encontró en posición de cuarto ‘9’ y séptimo atacante si se tiene en cuenta que también Rodrigo Palacio, Pablo Mouche y Ricardo Noir formaban parte de aquel plantel.
“Yo había firmado contrato por cuatro o cinco años, firmaba primas. Dije ‘acá no voy a jugar nunca, ni en mi categoría’. Ya tenía 19 años, estaba por cumplir los 20, y veía que había jugadores muy buenos. Pero a los ocho meses debuté en Primera, con Ischia que hizo debutar a muchos chicos. Éramos varios que veníamos de salir campeones en Reserva. Nico Gaitán, Juan Forlín, Roncaglia, Noir, Viatri que volvió del préstamo en Emelec. Él nos metió en el grupo y nos utilizó como si fuéramos ya más grandes, porque meses después nos puso por Copa Sudamericana contra Liga de Quito, todos titulares“, recordó Philippe en diálogo con Bolavip sobre aquellos auspiciosos primeros partidos como Xeneize.
En 2009, ya con Alfio Basile como entrenador del equipo, fue parte de la gira que Boca hizo por Europa para participar de un tradicional torneo de pretemporada como la Audi Cup, en Alemania, donde por unos días convivió con mucho de los mejores futbolistas del mundo. “Fue una locura. Nos quedábamos los cuatro equipos en el mismo hotel. Ponele que nosotros estábamos en el tercer piso, en el cuarto Bayern Munich, en el sexto el Milan y Manchester United arriba de todo. Un día después de almorzar estábamos tomando un café con Gabi Paletta y cuando vamos a subir para las habitaciones, entramos al ascensor y estaban Berbatov y Ronaldinho. Yo no lo podía creer. Era soñado“, resaltó el oriundo de Navarro.
Y agregó: “Cuando jugamos con Milan, por el tercer y cuarto puesto, Ronaldinho estuvo en el vestuario nuestro. En el anterior, contra Manchester United, los saludé a Rooney, Ferdinand, Scholes, Giggs. Todos fenómenos. No preciso tener fotos. Esa sensación es tremenda. Fue la mejor época, por el club que es Boca y por lo que lo rodea”.
Pero también el plantel de Boca estaba repleto de figuras con las que compartió el día a día. Desde Juan Román Riquelme y Martín Palermo a joyas de su misma edad como Nicolás Gaitán, pasando por Hugo Ibarra, Morel Rodríguez, Sebastián Battaglia, Fabián Vargas y Rodrigo Palacio. “Román era buena gente con los pibes. Yo fui a comer una o dos veces con él. Adentro de la cancha era un fenómeno. Estaba con un problema en la rodilla y mucho no entrenaba por eso. Capaz que lunes y martes no hacía lo físico y después cuando volvía, le pegaba a dos tiros libre que eran gol, pateaba cuatro córners y se la ponía en la cabeza al que quería. Hacía un ratito de fútbol el jueves, la rompía toda y el domingo era el mejor jugador. Técnicamente era impresionante”, destacó sobre el actual presidente del club.
“Por lo que siempre se dijo de su pelea con Palermo, yo creo que vos en cada lugar de trabajo tenés gente con la que te llevás más y con la que te llevás menos. Ellos se saludaban, pero cada cual tenía su grupito. Yo siempre opté por estar en el medio. Siempre pensaba ‘que este no piense que me quiero juntar con el otro’. Pienso las cosas demasiado, me pasa hasta el día de hoy. Y de chico era más introvertido”, agregó sobre esa convivencia entre los dos ídolos respecto a la que cada jugador que pasó por el Xeneize parecería tener un relato diferente.
Con Riquelme, Jonatan Philippe compartió un momento que se convirtió en una anécdota a la que con el correr de los años le hubiera encantado cambiarle el desenlace. “Un día hicimos juntos kinesiología y después me dice ‘vamos a tomar unos mates’. Nos pusimos a mirar en Casa Amarilla la práctica de fútbol y faltando diez minutos para que termine, nos vamos a cambiar. Me dice ‘fijate estos botines’, los Adipure que usaba él, negros. ‘Fijate si te van que a mi no me quedan’. Levanto la lengüeta y eran 10, ponele. Yo calzaba 10.5. Y le digo ‘no, Román. Me quedan chicos, pero gracias igual’. Cuento la historia y pienso, los hubiese agarrado y ahora mismo los estaría usando. O los tendría colgados en el complejo, o en mi casa. Pero en esos momentos naturalizás muchas cosas“.
Pero ese mismo 2009 en que a Philippe le tocó ser parte de algunos de los momentos más increíbles de su carrera, irrepetibles en adelante, también le dio un golpe que lo obligó a reinventarse. “Iban a vender a Viatri al Genoa. Quedaba yo como suplente de Palermo, que está el recorte del Olé en la casa de mi abuela todavía. Pero Viatri se queda, no lo venden, y llega Lucho Figueroa. Yo me había ilusionado, con todo lo que eso significa. Terminé bajando de nuevo a Reserva y era un desastre. Ya ni ahí podía jugar”, le contó a Bolavip.
Y explicó: “Me acuerdo de llegar al departamento, donde vivía con dos hermanos. Llegaba, almorzaba y me acostaba a dormir la siesta. De dos a siete de la tarde. Mis hermanos me preguntaban si estaba bien. Yo decía que sí, pero estaba minimizando cosas. Una siesta de tantas horas, para olvidarme de todo, obviamente era porque algo no estaba bien. Yo entendía la situación, el lugar que me tocaba. No es que pensaba que ellos no eran mejores que yo”.
Para El Francés, como lo habían apodado, no fue fácil reconfigurar su carrera tras aquella decepción que fue precedida de un marcado bajón futbolístico. Estuvo cedido en el fútbol suizo, donde ya había hecho corta experiencia antes de llegar a Boca, pasó también por Ferro en el ascenso, donde casi no llegó a jugar, y por Sportivo Luqueño de Paraguay. Hasta que otro gigante del continente como América de Cali apostó por él y dio lugar a una experiencia que si todavía recuerda es por lo fallida.
“En Colombia tampoco la pasé bien. Fui al América de Cali con el campeonato ya arrancado. Venía de estar cinco o seis meses sin club y aunque me había movido un poco no era lo mismo. Cuando llegué allá pensaron que llevaban a un fenómeno que les iba a salvar las papas. Me costó mucho arrancar, jugar en el Pascual Guerrero, con toda esa gente. Me entró la presión y fui un desastre“, reconoció.
Para compensar aquella mala experiencia, en 2014 llegó al fútbol salvadoreño para vincularse con Alianza, donde volvió a sentirse un futbolista importante y coronó con el título de campeón en el Apertura 2015, segundo en su palmarés profesional sumándose al que en 2008 había celebrado con el Boca de Carlos Ischia. “Me fue muy bien. La gente ya me conocía. Era el mejor equipo del país, tuvimos la suerte de salir campeones y me sentí un jugador importante”, destacó.
“Antes de ir, la gente que había jugado o los que lo miraban de afuera, me lo pintaban como un país en el que directamente vos andabas por la calle y había cadáveres. Se peleaban las Maras y todo eso. A mí no me tocó vivir ninguna situación rara. Ni un robo, ni nada. Vivíamos en unas torres, íbamos al supermercado, al centro. Obviamente no íbamos por lugares donde nos decían que no, porque eran una realidad las Maras. Pero con la gente de El Salvador, solo palabras de agradecimiento. Tanto al club como a la gente en la calle. Muy respetuosos”, se encargó de aclarar.
Después de aquella conquista, Jonatan Philippe continuó explorando nuevos rumbos para su carrera y emprendió un nuevo viaje a Europa para vincularse al Agrotikos Asteras. En Grecia, al igual que le había pasado en Suiza, conoció un nivel de vida completamente diferente. Tiempo después, una frustrada experiencia en Kaizer Chiefs de Sudáfrica, donde no pudo quedarse por un problema de representación, lo convenció de poner final a la carrera de futbolista profesional. Pero nunca dejó de jugar y a la vez que emprendió nuevos proyectos personales en su Navarro natal, hoy continúa defendiendo la camiseta del Club Dorrego.
“Me vuelven loco, acá en la zona. Son todos pueblos muy chicos. Los conocés, te conocen por jugar en contra, por el nombre. En los lugares que he jugado, porque también estuve en Las Heras y Roque Pérez, con esa gente ha quedado un cariño y no me dicen nada. Pero en otros lados sí. Me gritan fracasado, un montón de cosas. Yo en toda mi carrera fui de tener una cabecita bastante frágil. En mi mejor momento pensaba que iba a jugar en la Selección y después, capaz pasaban dos o tres partidos que no hacía goles, y ya me caía y sentía que no iba a llegar a ningún lado, que mi carrera no tenía futuro. Ahora, eso lo vivo mucho más tranquilo y los comentarios de la gente de afuera ya no me causan nada. Sé por qué lo hacen. Me río y entiendo ese folclore que está bueno, siempre en su justa medida”, reflexionó El Francés.
Y agregó: “En los distintos momentos del fútbol, a veces uno piensa que está bien y por dentro estás roto, solo que no te querés dar cuenta. De todos modos, he vivio los cambios muy tranquilo. Siempre traté de buscarles el lado bueno y de pensar que por algo será. Lo que más extraño es entrenar todos los días, estar bien físicamente. Más allá que lo estoy, pero obviamente lejos de lo que es un jugador profesional. Lo que menos extraño es la presión esa de tener que demostrar todo el tiempo. Más allá que jugando acá (Liga Lobense) no me da lo mismo ganar o perder. No me da lo mismo estar bien o mal físicamente, hacer goles o no. Intento siempre estar vigente, por decirlo de alguna manera. Sin tener que demostrarle nada a nadie, pero para uno mismo”.
Impulsar el juego en plena pandemia
En el mismo Club Dorrego con el que salta a la cancha cada domingo para jugar la Liga Lobense, Jonatan Philippe tramitó junto a un amigo la concesión de un complejo deportivo para gestionar canchas de fútbol cinco y de pelota paleta, un deporte de larga tradición que revivió en el pueblo de Navarro gracias a ese impulso y que hoy lleva a jugar a sus canchas a pelotaris de todo el país.
“Nosotros lo agarramos en 2020. Abrimos, lo equipamos y a las dos semanas tuvimos que cerrar por la pandemia. Nos destruyó. Después de ocho meses, que empezó a moverse con el paddle, con el tenis, teníamos la cancha y también podíamos meter fútbol tenis, que obviamente no venía a jugar nadie. Pero de a poco arrancó la paleta y acá había mucha gente grande que lo jugaba. No era un deporte muy conocido, pero de a poco se fueron metiendo chicos, amigos, conocidos y gente que se pasó del paddle y le gustó“, le contó Philippe a Bolavip.
“Sinceramente, cuando agarramos yo no sabía ni las reglas. Después empecé a jugar con gente que jugaba mejor, empecé a agarrar el pique de la pelotita. Le agarré la onda, me gustó y ahora hacemos torneos. Siempre quiero competir. Estoy jugando con Sabrina Andrade Blason, que es una chica que juega en la Selección Argentina, que ha salido campeona mundial. Así que para mí está buenísimo y es un privilegio. Todas la falencias que tengo en lo técnico, intento compensarlo con lo físico”, agregó.
Habiéndose empapado desde muy temprana edad de la magia del Mundo Boca, luego de recorrer distintos rincones del mundo como futbolista profesional, Philippe entiende cuánto de lo que tiene el fútbol hace falta trasladar a otros deportes, En Argentina, especialmente a nivel de apoyos y difusión. “Falta mucho. Con el tema de los Juegos Olímpicos, escuchaba cómo entrenan algunos chicos, en qué lugares y el esfuerzo que hacen. Es súper valorable y es una lástima que no los apoyemos”, remarcó.
Y concluyó: “No creo que no seamos talentosos los argentinos, aunque a veces nos decimos los mejores en todo y no es así. Pero de verdad siento que hay muchísimos deportistas que pueden estar mucho mejor, pelear una medalla en los Juegos Olímpicos o en cualquier competencia. Falta apoyo en todo el país. Si no tenés recursos para entrenar, se hace todo muy cuesta arriba”.