El tenis es uno de los deportes más mentales de todos. Hay una frase que dice: “el fútbol es un estado de ánimo”, bueno en el tenis también aplica, y hasta más. Lo llamativo es que el partido no termina hasta que se gana, no se juega con el reloj y eso muchas veces pesa.
Como también pesan los errores propios y el hundirse en rachas negativas, de las cuales es muy difícil salir. En ese pozo se encuentra Diego Schwartzman y lo de pozo es literal porque, actualmente, ocupa el puesto 93 del ranking ATP.
Esta situación parecía imposible hace unos años. Más todavía, el 12 de octubre del 2020, en plena pandemia, Peque alcanzaba el puesto número 8 del ranking mundial y era uno de los tenistas más queridos del circuito, uno de los favoritos del público.
Un 2020 casi ideal:
El 2020 de Schwartzman fue la tormenta perfecta. Pandemia y cuarentenas de por medio, se las ingenio para alcanzar el top 10 y ser la mejor raqueta argentina del momento. Transformándose también en una de las mejores devoluciones más peligrosos del circuito junto con Novak Djokovic y Rafael Nadal. La altura no le permitió nunca tener un gran saque, pero sí una buena devolución a la que catapultó a partir de un estado físico óptimo y la actitud de un felino agazapado para dar siempre el mejor zarpazo.
Ese año, hubo varios torneos que no se jugaron. Pero en los pocos que se jugaron sobre polvo de ladrillo, la especialidad de Peque, lo hizo bien. Hizo final en Roma, venciendo a Nadal, nada más y nada menos y cayó en la final ante Djokovic. Mientras tanto, en Roland Garros llegó hasta las semifinales. En cuartos, derrotó a Dominic Thiem, quien más tarde ganaría el US Open.
Nunca ha logrado tener un año 100% regular y tampoco pudo rendir por Copa Davis. Es más, en 2021 cayó ante Daniil Ostapenko en esa competencia, como local. El bielorruso no tenía ranking y contaba con 18 años. Esa derrota y otras más encendieron las alarmas en Schwartzman.
De un flojo 2022 a un 2023 para el olvido:
El 2022 pasó sin pena ni gloria. Como mejores resultados se destacaron las finales en Buenos Aires y Río, los cuartos de final en Roma y los octavos en Roland Garros. También podemos destacar la victoria contra Stefanos Tsitsipas en la ATP Cup a comienzos de esa temporada. Pero tras el Abierto francés, Peque comenzó una caída libre.
El 2022 lo cerró como el 25 del mundo. Estamos más o menos a mitad de temporada 2023 y el argentino acumula un récord de cinco partidos ganados y 13 perdidos. Cayó en cinco encuentros seguidos, es decir, no podía pasar de primera ronda y, así, perdió muchos puntos. Eso generó que caiga en el ranking.
Este año cayó con rivales como Hugo Grenier, Mattia Bellucci y Matteo Arnaldi, un joven italiano que ocupa el puesto 99 del ranking. Ni hablar de Bellucci que es 165 y Grenier 128. Esas derrotas siguen hundiéndolo y su confianza caen más y más. Además, tomó una decisión drástica: volvió a jugar torneos de categoría Challenger. Jugó Phoenix, donde fue derrotado a manos de Nuno Borges y en Cagliari no pudo con el ya mencionado Bellucci.
La semana que viene comenzará Roland Garros y es una buena chance para que el Peque recupere algo de buenas sensaciones. Más aún después de la derrota en Lyon a manos de Brandon Nakashima. El Abierto de Francia es donde el argentino consiguió sus mejores resultados en torneos grandes e intentará renacer.
Seguramente, por su ranking no le toque el cuadro más accesible, pero una buena victoria en primera ronda puede catapultarlo nuevamente. De ese se trata el tenis, un deporte sumamente mental. Un caso parecido al de Peque fue el de Gastón Gaudio.
El Gato en 2004 tocó el cielo con las manos cuando ganó Roland Garros, antes de la hegemonía de Nadal, pero en 2007 tuvo un caso parecido al de Peque. No podía ganar y su mejor resultado fue una semifinal en el Challenger de Todi, en Italia. Posteriormente, la carrera del argentino no pudo volver a levantar vuelo por la falta de confianza y su célebre frase “¡qué mal la estoy pasando!” terminó comiéndolo por fuera y por dentro.
El Peque, a sus 30 años, aún quiere y se resiste a entregarse. Tiene con qué. Ojalá pueda volver a ser feliz en un court de tenis. Se lo merece, sólo por él.