No fue un juego más, ni un partido cualquiera. Para quienes vimos lo que ocurrió en la televisión, nos sorprendió lo que captaron y transmitieron las cámaras. Se trató de algo inusual, al menos en lo que tenía que ver con la afición de Rayados. Aquello no fue normal, nada normal con relación a los juegos que se disputaban en el estadio Tecnológico. Puede decirse que fue un suceso novedoso, extraño.

Fue en la jornada 9 del Invierno 1999. Monterrey recibió al Atlas en un enfrentamiento dispar. El equipo local llegaba con el arrastre de haber perdido el clásico regio y de ser goleado en casa por el América. Su director técnico, Eduardo Solari, era blanco de críticas por su estilo poco ofensivo y por no sacarle provecho al plantel que tenía. Vaya, era el enemigo público número uno para la mitad de Nuevo León.

 

En contraste, los rojinegros venían puliéndose como una máquina de buen futbol con poderío goleador bajo el mando de Ricardo La Volpe. Previamente, los Zorros le anotaron cuatro al León, tres al Atlante y tres al Toluca. Era un equipo imparable, en pleno ascenso de hacerse invencible.

Los pronósticos vaticinaban una derrota de Rayados. Y así ocurrió. Pero nadie imaginó que sería de forma humillante. Por otra parte, la afición rayada, en lo más oculto de sus pasiones, deseaba que le fuera mal a los suyos en aquel juego para que cesaran a Solari. Se les cumplió con creces.

 

 

Atlas le pasó por encima a Monterrey sin despeinarse. Prácticamente caminó en la cancha para liquidarlo con goles de Daniel Osorno, Jorge Almirón, Jorge Santillana y un autogol de Héctor López. Del otro lado, Antonio Mohamed, Claudinho, Pedro Pineda, Gastón Obledo y el resto de la plantilla regia ni siquiera hicieron el esfuerzo por tratar de revertir la situación; se habló mucho de que los jugadores no estaban a gusto con su entrenador.

En las tribunas tuvo lugar lo inédito. ¿Qué pasó? Los aficionados rayados comenzaron a exigir un quinto gol de los rojinegros a manera de protesta por lo que veían en la cancha desde jornadas anteriores. Su reclamo también implicó que se voltearan de espaldas al campo en clara señal de inconformidad con el desempeño de su equipo. Voces cantaron y gritaron para suplicar la partida de su director técnico.

Dentro del mosaico de manifestaciones que se habían visto en el futbol mexicano hasta ese instante, lo que hizo la afición del Monterrey fue inusitado, llamó la atención. En primer lugar porque fue una acción pacífica. En segundo, por tratarse de seguidores que eran capaces de resistir peores etapas, pero esa en especifico les colmó la paciencia. No perdonaron que sus jugadores ni siquiera sudaran lo mínimo para evitar vergüenzas, mismas que le adjudicaron a Solari como responsable.

Por si fuera poco, un sector de seguidores rayados traía la espina clavada con Atlas por la eliminación en repechaje tres años atrás durante el Invierno 1996. La goleada de 4-0 en el Tecnológico invocó a los fantasmas del ‘96 cuando Monterrey perdió 1-5 frente a los Zorros en el juego de ida.

El baile en el Tec por la reclasificación estaba fresco en la memoria. No podían olvidar que Rafael Márquez, Pablo Lavallén, Gerardo Mascareño y Steve Padilla lapidaron sus aspiraciones de ilusionarse con el título. Esa factura le costó el cargo al entrenador chileno Arturo Salah. En cambio, Efraín Flores y el club atlista mantuvieron su estatus como la mejor cantera del futbol mexicano.

Así, la pesadilla propiciada por Atlas reventó en aquella protesta que hasta la fecha es rescatada y valorada por su originalidad