RÍO DE JANEIRO – ENVIADOS ESPECIALES. Se nos fueron unos Juegos Olímpicos que se pueden adjetivar como la propia ciudad que los albergó: maravillosos. Un balance desde adentro de la fiesta.
Los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 ya son parte del pasado. Las calles de Ipanema y Copacabana, que hasta hace horas albergaban miles y miles de turistas de todo el mundo, ahora son tierra de los manteros que intentan vender sus rezagos del merchandasing. Todos los taxis se dirigen hacia el aeropuerto internacional de Galeao y lentamente, la ciudad comienza a desempapelar su color amarillo para transformarse en naranja, predominante en el logo de los Paralímpicos.
Durante 18 días de actividad, nos hemos visto alterados por los sentimientos. La primera presencia en Sudamérica , su condimento de emotividad habitual mixturado con el plus de la calidez brasileña, y el factor de haber cumplido con la mejor participación argentina desde Londres 1948 le dieron un sello distintivo a unos juegos que se ganaron el carácter de históricos. Nos enfervorizamos cuando Pareto ganó la dorada y alimentamos aún más ese motor con el combustible de Del Potro, ejemplo de resurrección, que supo derrotar a Djokovic, a Nadal y le ofreció una pelea memorable al imbatible Andy Murray en la final.
Nos abrazamos en ese recuerdo eterno de Atenas 2004 cuando el básquet superó el infartante Grupo B, y lloramos cuando Estados Unidos le puso el punto final a una generación dorada y honorable. Con el honor, además, de haber acompañado a este equipo legendario durante toda su estadía en Río de Janeiro.
El orgullo predominó cuando compitió Braian Toledo, décimo en las finales de lanzamiento de jabalina, quien hasta enero se encontraba construyendo su propia casa tras haber sido abandonado por su padre, o cuando Santiago Lange ganó una medalla dorada sin un pulmón, producto de un cáncer al que venció a los 54 años. Nos aventuramos en las lágrimas de Los Leones, quienes dejaron en el camino a Alemania, bicampeones en Beijing y Londres, y se hicieron con el oro.
También nos golpeó la congoja cuando el fútbol se despidió en primera ronda, azotado por una interminable cantidad de errores dirigenciales, o cuando Las Leonas dijeron adiós en cuartos de final. El llanto de Facundo Conte y de Luciano De Cecco nos removió una parte del alma, luego de quedar afuera contra los locales en cuartos y tras haber concluido primeros en la fase de grupos. La ilusión de La Garra y Las Panteras, ambas debutantes en un Juego Olímpico, también fue la nuestra. Habrá que continuar con el proyecto.
Que haya sido la última vez de deportistas que marcaron un antes y un después en los libros que comenzaron a llenarse en Atenas 1896 también fue un condimento. Se nos hizo imposible no haber alentado por Michael Phelps, el mejor de la historia, con 28 medallas en este tipo de competiciones, 23 de ellas doradas. La sorpresa también nos ganó cuando #ElRey, Usain Bolt, logró el triple oro (100m, 200m y 4x100m) por tercera vez consecutiva. Ambos dijeron adiós de los Juegos Olímpicos.
Mo Farah, fondista británico, repitió las preseas doradas de Londres 2012 en los 5.000m y 10.000m y se convirtió en el segundo atleta en toda la historia en lograrlo, precedido por el finlandés Lasse Viren en Munich 1972 y Montreal 1976. Otro plato fuerte: el judoca francés Terry Riner, quien desde 2010 que no pierde una competición y se llevó el oro, nuevamente, o la flamante actuación de la gimnasta Simone Biles, dueña de cuatro doradas y una de bronce. ¿Más? El primer oro en toda la historia de Fiji, nada más y nada menos que en rugby seven.
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Algunos pocos nos emocionamos y otros tantos renegamos con el campeonato de Brasil en fútbol, comandado por el gigante de Neymar. Con 24 años, se cargó la selección al hombro y renunció a su participación en la Copa América Centenario con el fin de darle a su país el único título que nunca había logrado conquistar. ¿Cómo lo hizo? Convirtiendo cuatro goles y marcando el penal decisivo de la final.
La ceremonia de clausura ya le dio el pie a Tokyo 2020, quien en menos de diez minutos se lució: eyectó a su primer ministro, Shinzō Abe, por el túnel del Mario Bros, exhibió a los protagonistas de los Supercampeones y conquistó al público de todo el mundo con la promesa de revolucionar la concepción de los juegos a través de un desarrollo tecnológico-cultural que dará qué hablar. De aquí a cuatros años, la ansiedad se tornará insoportable. Mientras tanto, con la panza gorda de haber cumplido sus objetivos con creces, R ío 2016 se despide a lo grande en la memoria de todos nosotros.