Boca volvió a ser un cabaret, pero un cabaret peor al de los años ’90 con el Bambino Veira y Diego Latorre. Puterío con Marcos Rojo, Marcelo Saracchi y Cristian Lema. Quilombo con el chileno Carlos Palacios. También problemas con Miguel Merentiel. Y la imagen de Miguel Ángel Russo, cada vez más débil y cada vez más deshilachada. Al mismo tiempo, un equipo que no le gana a nadie y que está en la peor racha de la historia de Boca.
A ver, la movida política de Juan Román Riquelme ahora es cambiar el Consejo de Fútbol. Sería cambiar para que nada cambie, porque nadie me va a hacer creer a mí que va a elegir un mánager o un director técnico como por ejemplo Gabriel Heinze, que no le gusta a presidente y que va a traer jugadores que no sean bien vistos por la dirigencia.
Entonces, hacer un cambio de figuritas, salvo que Román, con el agua hasta el cuello y a punto de naufragar, decida traer un tipo serio como Navarro Montoya o como era antes Nicolás Burdisso y dejar que él decida el rumbo futbolístico y deportivo del club, no sirve para nada.
Esta conducción es una máquina de comerse buenas noticias. Boca fue al Mundial de Clubes, llenó las canchas y emocionó a Gianni Infantino, pero empató contra Auckland City y se vino todo a la mierda. Después llegó Leandro Paredes y el hincha de Boca, fiel y generoso, llenó la Bombonera para verlo. Pero el equipo no le gana a nadie: afuera de la Copa Argentina, afuera de la Copa Libertadores y todo por el piso.
En definitiva, acá el problema no es la política. El problema es la mala conducción de Riquelme y un equipo que, por supuesto, no da pie con bola. Román, si vas a cambiar, cambiá en serio y cerrá de una vez por todas las puertas del cabaret.

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