Nada más temible para un futbolista que el retiro. Pensar siquiera en la aproximación de decir adiós a las canchas es fatídico. Más terrible es cuando se acerca el día en que habrá de patear el balón por última vez.

Muchos jugadores no están preparados para eso. Es tal su devoción y amor por la pelota que consideran eterna su relación con ella en un campo de juego, pero el cuerpo y la edad se encargan de evidenciar con crueldad la fecha de caducidad en ese vínculo afectivo entre un hombre y el objeto redondo más amado del mundo.

La mente tampoco está lista para ese desenlace. De distintas maneras se manifiesta para ignorar y rechazar lo inevitable, para negarse en aceptar que la vida ya no será igual. A Ronald Koeman, por ejemplo, le traicionó con conductas de desesperación y agresividad en la cancha durante algunos de los últimos partidos de su carrera.

En el año de su despedida, 1997, enfundado en la camiseta de Feyenoord, Koeman parecía concebir por igual un entrenamiento, un partido amistoso y un partido oficial. No había diferencia para él, le resultaban igual de trascendentales esos instantes sobre un césped, porque eran los últimos de su trayectoria.

Frente a River Plate en el Monumental, en el marco de un juego amistoso, el holandés se mostró tenso, incómodo, rígido. Hizo evidente que sus mejores años ya estaban guardados en el baúl de los recuerdos. Dio la impresión de que estaba ahí sin estar, que se movía por inercia, lejos de ser el Koeman que la gente vio brillar en Barcelona.

Jugadores e hinchas de River se encontraron con una versión atípica de Ronald. Aguardaban a un crack con capacidad de pinceladas, sin embargo vieron a un tipo desencanchado; el holandés falló un penalti, equivocó pases y se hizo expulsar por propinar un manotazo y una patada a Julio Hernán Rossi. Sin reclamar la tarjeta roja, consciente de lo que hizo, el holandés se fue desangelado al vestuario.

Aquel partido lo perdió Feyenoord 1-3 en enero de 1997. El Monumental fue escenario y testigo de cómo Koeman perdió la cabeza ante la proximidad del adiós; meses después se retiró. Antes de despedirse como futbolista, el holandés tuvo en River Plate una de sus últimas pesadillas para asumir que su carrera ya no daba más.

En la cédula se registró que fue un partido amistoso, no obstante, en la historia futbolística, fue un juego que permitió observar los rasgos que acompañan a las figuras en el desgaste de sus virtudes y en la confrontación con la realidad del fin en las canchas.