Las décadas de 1980 y 1990 fueron épocas de esplendor para la National Basketball Associattion (NBA). Granes figuras como Michael Jordan, Magic Johnson o Larry Bird tuvieron sus momentos gloriosos en la Liga de básquet más competitiva del mundo. También fue una época de equipos legendarios como los Bulls de Jordan, Pipen y Rodman, los Lakers del showtime de Magic y compañía o los “Bad Boys” de Detroit Pistons y su despiadada y física forma de afrontar los partidos.
Tiempos en los que el básquet se convirtió en un show de doble entrada: en el rectángulo de juego y afuera de él. En ambos sitios, la exhibición y exuberancia se rubricaban con la naranja como moneda simbólica de intercambio.
Barkley en acción con los Suns (Getty)
En una Liga hiper profesional, se sabe, el redil de triunfadores es reducido. Sin embargo, también hubo, hay y habrá estrellas que no tocaron el cielo con sus manos. Al menos, deportivamente hablando. Un caso emblemático e icónico es el de Charles Barkley.
Sir Charles no era el jugador más atlético y estético de la NBA. Distaba mucho de serlo. Jugaba de ala pívot con menos de 2 metros (1,98 metros para ser más exacto) y tenía un peso de alrededor 115 kilos.
Así y todo, se las ingenió para ser uno de los reboteros más tenaces de la época en una Liga donde el roce físico estaba y está a la orden del día. Lo suyo, debajo del aro, era cosa seria. Jugaba y hacía jugar. Su presencia era como un imán que se potenciaba cuando todos los reflectores se posaban sobre él. Magnánimo, entendía que le presión era como un bálsamo para jugar.
Barkley junto a su estatua en Philadelphia (Getty)
Barkley ingresó a la Liga en el Draft de 1984, cuando los Philadelphia 76ers lo eligieron quinto, detrás de Hakeem Olajuwon, un tal Michael Jordan y por delante de John Stockton, en lo que se entiende como una de las mejores clases de la historia. Se mantuvo en los 76ers hasta 1992 cuando pasó a jugar para Phoenix Suns. En su primera temporada en los Suns promedió grandes números: 25,6 puntos, 52% en tiros de campo, 12,2 rebotes y 5,1 asistencias por partido. Esas estadísticas ayudaron al equipo de Arizona a finalizar la temporada regular con un récord de 62 partidos ganados y 20 perdidos. También, llegaron a las finales de 1993, pero perdieron en seis partidos contra los Bulls de Jordan y Phil Jackson.
Años después, pasó a jugar para los Houston Rockets, pero las lesiones cada vez lo aquejaban más y terminó retirándose en el año 2000. Ganó dos medallas de oro olímpicas, en Barcelona 1992 formó parte del Dream Team (el mejor equipo de la historia) y, la otra, fue en Atlanta 1996.
Se despidió sin un anillo de la NBA pero nadie duda de su enorme talento para jugar en la mejor Liga de básquet del mundo. Hoy, continúa vinculado con la poderosa NBA como comentarista en un rol de análisis que, a veces, bordea lo cómico y gracioso. Por caso, vale recordar sus gritos “¡Ginoobeli, Ginoobeli, Ginooooooooobeli!”, en adhesión a Manu Ginóbili en sus tiempos dorados en San Antonio Spurs. Claro, Manu era uno de sus jugadores favoritos y Sir Charles no dudó jamás en expresar abiertamente por qué, para él, el argentino marcó una era en la mejor Liga de básquet del mundo.