En su documento, Santi Cazorla figura que tiene 40 años biológicos, pero dice 38 cada vez que hay una pelota de por medio. Los dos que faltan los perdió entre quirófanos, sueros y diagnósticos terminales. Y sin embargo, contra todo pronóstico, está de pie. En realidad, más que eso: aún juega, todavía desparrama magia.
Posiblemente, la gran mayoría de futbolistas sentirían una envidia sana por la carrera del volante español. Dos Eurocopas, en 2008 y 2012, con la Selección de España siendo uno de los máximos talentos de la generación de oro para el país ya pueden resumir su legado. Pero bajo su óptica, el verdadero regalo que le dio el fútbol es otro. A diferencia de lo que muchos pueden creer, no se trata de trofeos, se trata de pisar una cancha cada semana, aquella acción tan simple que, en medio de un quirófano, le marcaron que jamás volvería a hacer.
“Me dijeron que si conseguía caminar con mi hijo por el jardín me diera por satisfecho“. En esta frase es donde puede encontrarse la esencia de Cazorla, aquel personaje que en tan solo 165 centímetros de altura convergen magia y coraje. El responsable de desafiar a la propia medicina y de romper con el diagnóstico que lo marginó de las canchas durante por 668 días por culpa de una bacteria que le comió ocho centímetros del tendón de Aquiles.
Sí, el tejido indispensable para caminar estuvo al borde de dejar de existir. La ciencia le había puesto punto final a su carrera. Pocos creyeron que podría volver a caminar. Menos eran aquellos que creían que soportaría transformarse en “un rompecabezas”. Pero allí está. Hoy, a sus 40 años, sigue compitiendo en la Segunda de España junto al equipo de su vida.
Una carrera repleta de estrellas, pero con Riquelme como líder
Con una técnica sumamente estética y digna de los volantes tradicionales, Santi Cazorla no tardó en alertar al mundo del fútbol en que era un jugador diferente. Se convirtió en símbolo del Villareal, donde debutó en 2003 y relanzó su carrera años más tarde. Vivió su apogeo en el Arsenal de Inglaterra de la mano de Arsenal Wenger y fue partícipe de la época dorada de la Selección de España.
Acumula 750 partidos sobre la espalda, la mayoría rodeado de figuras como Xavi Hernández, Andrés Iniesta y Robin Van Persie. Sin embargo, el verdadero referente de su carrera lo conoció mientras daba sus primeros pasos con el Submarino amarillo.
“Para mi Juan Román Riquelme ha sido diferencial en lo personal. Siempre he dicho que es el mejor jugador con el que he jugado desde que debute. Estuvimos juntos en Villarreal, aprendí mucho de el en lo personal, tuve la suerte de estar con él, de compartir vestuario. Me aportó mucho en mi carrera“, contó Cazorla tiempo atrás con Bolavip, recordando los 75 partidos donde compartieron cancha.
La lesión que podría haber cambiado su vida
Los primeros años de carrera de Cazorla marchaban de maravillas. Hacían creer que se encaminaba a una trayectoria color de rosas, hasta que llegó el fatídico 10 de septiembre de 2013. En un duelo amistoso contra Chile, jugando para la Roja de Vicente del Bosque, un golpe en su tobillo derecho le provocó una fisura en el hueso, Una lesión que parecía menor, que intentó convivir con su dolor, pero que terminaría marcando su vida.
“Las primeras partes las aguantaba un poco mejor, si entraba en calor podía jugar, pero en el descanso, en cuanto me enfriaba un poco, se me saltaban las lágrimas“, rememoró tiempo después con Marca. Aguantó hasta que las propias infiltraciones tiraron la toalla y dejaron de surgir efecto para calmar semejante agonía. En octubre de 2016, decidió operarse. Pero lo que se pensaba que sería una pequeña intervención, con tres semanas de reposo, se convirtieron en dos años de ausencia y once cirugías. Las heridas nunca cicatrizaban y las infecciones eran moneda corriente. Mientras, su tobillo sufría y se destruía.
“Me convertí en caso de estudio de la medicina”
“Seguía jugando, me decían que estaba bien. El problema es que no cicatrizaba y las heridas volvían a abrirse, se infectaban“, recuerda. La secuencia se repetía sin parar hasta que agotó cartuchos en Inglaterra. Acudió a España, donde un médico, al ver su situación, dio a entender su gravedad cuando se llevó las manos a la cabeza.
“Vio que tenía una infección tremenda, que me había dañado parte del hueso calcáneo y comido el tendón de Aquiles. Me faltaban 8 centímetros“, relató Cazorla. Su tobillo había quedado “como una plastilina“. “Para mí era un esguince de tobillo, no es el tipo de lesión que sueles sufrir en fútbol“, se sinceró con crudeza el volante, quien con dicho panorama le dio inicio a un inminente proceso de reconstrucción de su articulación.
El tratamiento requirió de cientos de antibióticos y hasta injertos de piel. “Pusieron piel de mi brazo en el tobillo y de mi muslo en mi brazo. Por eso cada vez que me preguntan lo que me pasó termino diciendo que soy como un rompecabezas, con partes de mi cuerpo por todos lados“, vuelve el tiempo atrás con el mayor sentido del humor posible. Es que claro, no solo logró recuperarse, sino que venció a un caso inédito en medicina y redoblando la apuesta: volvió a caminar, a pisar una cancha y a competir en el más alto nivel.
El regreso a las canchas guiado por el corazón
Recibir el alta médica terminó convirtiéndose en el trofeo más importante de la carrera de Cazorla. Luego de que el Arsenal lo apoyara durante el tratamiento, el futbolista decidió prácticamente re-debutar con la camiseta que lo vio nacer. En 2018, pegó la vuelta al Villareal, donde lo recibieron a lo grande: en su presentación, hicieron que salga de un tubo mágico ubicado en medio de la cancha.
Se trataba de la misma magia que demostró haber acumulado durante dos años fuera. Cuando los flashes estaban listos para cuestionar su estado físico con 34 años, Santi se hizo con la titularidad y la capitanía para terminar liderando al Submarino a conquistar la Europa League, su primer título internacional. Una retribución de su parte tras lograr que “volviera a disfrutar del fútbol” e incluso le permitió ser citado nuevamente a la Selección.
Tras aquella consagración, más de 300 encuentros con Villareal y ya sin la espina de tener un regreso a lo grande, Cazorla se marchó al fútbol qatarí de 2020 a 2023, para luego darle inicio a su último gran desafío restante: devolver al Real Oviedo, club del cual es hincha, a la Primera División luego de 23 años. En su primer intento, su impacto fue inmediato y estuvo al borde de conseguirlo, pero se quedó en los Playoffs.
Ahora, con 40 pirulos y un tobillo reconstruido, continúa luchando por ese ascenso. Mientras, en cada estadio que pisa, reciba una infinidad de aplausos en honor a su resiliencia. Él lo devuelve, como siempre, con la pelota en sus pies. “Antes no apreciaba estar en el hotel o el trayecto en el autobús hacia el estadio. Fueron dos años en los que luché muy duro para vivir estos momentos otra vez“, reflexiona Cazorla. Todavía disfruta dentro de un campo, con el plus de que su hijo está viéndolo en la tribuna, aguardando por pasear juntos por el patio, cumpliendo la actividad que por un momento pareció imposible.
