River comenzó el Superclásico casi de manera soñada: era mejor que Boca, a los diez minutos ya estaba 1 a 0 arriba, pero todo se desmoronó en la segunda mitad del primer tiempo, cuando Boca empezó a tener la pelota y se acercaba al arco de Armani. Una constante del equipo de Martín Demichelis: dominar de a ratos y no poder sostenerlo.
Antes del cierre del primer tiempo, Boca era más que River y lo plasmó con el empate de Miguel Merentiel a los 46 minutos. El comienzo del complemento fue marcado por la jugada de la polémica en la que el VAR anuló un gol al Millonario y ahí se agrandó el equipo de Diego Martínez que dominó las acciones, sobre todo en el mediocampo.
Demichelis recurrió a sus clásicos cambios, los que por lo general no le dan soluciones, y River fue mucho menos peligroso con más jugadores de tinte ofensivo que con un esquema equilibrado. Durante varios minutos, compartieron cancha Borja, Colidio, Solari, Barco y Lanzini, pero así y todo no incomodó a Romero.
Hace tiempo, desde que se conoció que Demichelis filtró a la prensa cuestiones internas del vestuario, que el hincha de River -en su mayoría- no respalda al entrenador. Los reclamos no son por aquella actitud, sino más bien por fallas en las lecturas de los partidos, los cambios y, sobre todo por su actitud. Sin ir más lejos, suele ser foco de análisis -tanto de los periodistas como de los hinchas- qué sucede cuando en el Monumental la voz del estadio menciona su nombre. Habitualmente se mezclan silbidos con aplausos.
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Una comparación inevitable
Se suele decir que las comparaciones son odiosas, pero la realidad es que son inevitables. Al hincha de River le molesta que cuando las cosas no van bien, a Demichelis se lo suele ver cabizbajo, abatido y sin respuestas. El caso de Marcelo Gallardo era completamente diferente. El Muñeco no tenía problemas en mostrar su malestar, en corregir a algún jugador abiertamente, en impulsar ánimos desde el banco de suplentes. Eso contagió -durante más de ocho años- a sus futbolistas y también a los hinchas.