Su mandato parecía vitalicio. No había poder humano que quitara a Joseph Blatter del trono de FIFA, silla de la que se apoderó desde que suplió a Joao Havelange en 1998 y de la que se apropió a través de reelecciones hasta 2015, año en que lo impensable fue posible: dejar la presidencia del organismo.

Fue gracias a una investigación emprendida por el FBI que decidió dar el paso al costado. Lo hizo cinco días después de haber sido reelegido, justo cuando se dio a conocer que fiscales estadounidenses indagaron una red de delitos al interior de FIFA; corrupción, sobornos, lavado de dinero y fraude, pusieron en la mira a 14 funcionarios de la Federación.

Sin haber precisado su nombre, las investigaciones del FBI apuntaban a Blatter por malos y dudosos manejos al frente de la presidencia. Entre las suspicacias que obligaron a una intervención judicial, se encuentran las cuestionables elecciones para reelegirse y las designaciones de sedes mundialistas, principalmente la de Catar 2022.

En medio de ese escándalo, Blatter dimitió a su cargo sin mencionar la investigación abierta hacia FIFA. En su discurso de despedida dejó en claro que era necesaria una reducción de integrantes en la dirigencia del organismo, es decir, de quienes tomaban decisiones importantes: “Necesitamos límites no solo para el presidente sino para todos los miembros del Comité Ejecutivo”.

Tras ser aceptada su dimisión, Blatter dejó la silla que nunca pensó dejar por decisión propia. Al mismo tiempo, los fiscales estadounidenses acusaron de manera formal a nueve integrantes de FIFA y cinco empresarios por el delito de soborno al ofrecer y recibir 150 millones de dólares a cambio de derechos de transmisión, publicidad y patrocinio de torneos oficiales.