A principios de los noventa surgió la reclasificación, mejor conocida como repesca o repechaje. Durante esa década fue bien recibida por los aficionados porque representaba una extensión del espectáculo futbolístico. El visto bueno de quienes pagaban un boleto para entrar al estadio se debió a que compensaba los esfuerzos de equipos que jugaban bien en torneos que en ese entonces eran largos y con 20 participantes. En otras palabras, era un premio justo para quienes merecían una oportunidad de pelear el título, pero quedaban fuera de Liguilla directa debido al formato de grupos.

Ese idilio duró para un gran sector de la afición desde que se instauró en la temporada 91-92 hasta la 95-96, última que fue extensa (34 jornadas, 18 clubes). Con el comienzo de los torneos cortos en 1996, se convirtió en  motivo de controversia y debate porque resultaba una opción que compensaba la mediocridad de pocos puntos obtenidos y propuestas de juego defensivas.

 

Entonces se puso sobre la mesa el debate: ¿El repechaje puede contarse como parte de la Liguilla o no? Las opiniones fueron divididas. Pero en 1999 hubo un parteaguas que generó un mayor incremento de polémica. ¿Qué pasó? Pachuca se coronó campeón tras haber calificado en la repesca.

El título obtenido por los Tuzos le dio otra dimensión a la discusión. ¿Por qué? Porque las aficiones de clubes denominados vulgarmente como “chicos” o “de media tabla” descubrieron que sus equipos también podían pelear campeonatos a los llamados “grandes”. Esa percepción se reafirmó al año siguiente con el título conquistado por Monarcas Morelia.

 

 

Seguidores de los “grandes” se manifestaron en contra de considerar a la reclasificación como Liguilla. En el mismo sentido se expresaron quienes veían en ese “mini torneo” una puerta que procuraba más el negocio que lo deportivo, reflejándose en el hecho de que el participante que se mantuvo en el sitio 12 en el torneo podía coronarse si se colaba al repechaje. 

La polémica terminó en 2008 cuando se decidió desaparecer la repesca. De alguna u otra manera, federativos y directivos comprendieron que se perdía más de lo que se ganaba, tanto en lo deportivo como en lo económico. La gente perdió interés en esa fase como consecuencia de la irregularidad constante de sus protagonistas. 

Pero de forma inesperada, la Liga MX resucitó esa instancia en 2020, es decir, más de una década después. Entre otros factores, la eliminación de ascensos y descensos iba a mermar el aspecto financiero, así que había que recurrir a “la vieja confiable” para generar ingresos (transmisiones, por ejemplo).

La pandemia vino bien a esa fórmula debido a la ausencia de gente en los estadios. Sin embargo, luego de la reactivación social, los fantasmas del pasado aparecen de nuevo al criticar ese sistema como un modelo de fomentar y promover un nivel mediocre y el conformismo en el futbol. Ante esa valoración, la reclasificación es vista como un ingrediente perjudicial para la Liguilla, por lo tanto no se le considera una conexión de competitividad. 

Al final, tal como lo han expresado futboleros en redes sociales, el repechaje es Liguilla a conveniencia del equipo que accede a él como una opción de campeonar, o de salvar la temporada.