Duele. Lastima. Enoja. Enoja mucho. Las redes sociales llegaron para quedarse. En un principio, acaso, su llegada a nuestras vidas supuso una auténtica revolución en la comunicación. Negarlo sería absurdo. Pero muchas veces enseñan lo peor de las personas. Sobran los ejemplos, abundan los casos. Este lunes, las redes -una vez más- mostraron sus peores fauces.

Personas escondidas detrás de un teléfono, una computadora o desde cualquier tipo de dispositivo electrónico “hablaron” desde el peor de los odios. El que se imparte a una chica menor de edad. ¿La excusa? Decirle a una nena de 12 años que sus elecciones estaban mal. La nena en cuestión es Lola Maldonado, una hincha de Independiente que celebraba su cumpleaños en la cancha. Así lo había querido, así se lo había solicitado a sus padres, Christian y Viviana. “Quiero ir a la cancha, quiero pasar mi cumple en la cancha del Rojo”, les pidió hace unos días.

¿Está mal celebrar así? ¡No, en absoluto! Pero los dueños de la verdad, los paladines de la vida ajena se "enojaron" con Lola, con el cartel que puso en uno de los alambrados y con lo que más quería: una camiseta de Joaquín Laso, defensor de Independiente, tan cuestionado como el equipo que empató 2 a 2 ante Colón, en el último partido de Leandro Stilitano.

"Hoy cumplo años y decidí festejarlo con ustedes", podía leerse en la pancarta roja y letras negras que Lola apoyó sobre el alambrado de la tribuna Pavoni Baja. Ubicada en el córner, del lado que da la tribuna Bochini, en tiempos de inmediatez, la historia de Lola se hizo viral cuando un cronista de Espn le hizo una nota y le preguntó qué quisiera de regalo. "Los amo, (quiero) la camiseta de [Joaquín] Laso", dijo Lola con una simpleza que llega al corazón.

Pero la multiplicación de ironías absurdas, de sarcasmo desmedido, de @rrobas inteligentes llenaron el posteo con la entrevista, en vez de alegrarse por la alegría e inocencia de una niña que, es evidente, lejos está de ese océano de odio y resentimiento. En verdad, del peor de los odios: el que se dispensa a una niña que eligió celebrar su cumpleaños en la cancha.

Asusta ver en lo que se convirtió Twitter, hoy más parecida a una cloaca de alta intensidad. Algo que, lamentablemente, le está pasando también a Instagram. Una red que, hasta hace poco, era más amable y diáfana.

¿Pueden las miserias personales no registrar al otro, al prójimo? En este caso, a una nena de 12 años que pasó, cómo ella misma dijo, “el mejor cumpleaños de su vida”.

¿Resulta imposible pensar que, del otro lado, esa misma nena (y muchas también), puede leer esos ataques brutales? ¿Tendrán hijos, sobrinos, ahijados quienes se tomaron el tiempo de mostrar su verdadera esencia? ¿Podrán dimensionar el daño que pueden ocasionar? Evidentemente, no. O, mejor dicho, no se quieren dar cuenta porque resulta más sencillo esconderse detrás de un perfil apócrifo (incluso uno real) para decir cualquier barbaridad bajo el argumento de "es la ley de las redes".

¡No, esa no es la ley de las redes sociales! Esa premisa es una mentira tan grande como el universo. ¿Quién escribió esa máxima que permite decir cualquier cosa del otro sin mediar un mínimo de raciocinio? ¿Dónde está el manifiesto que habilita al insulto, el agravio sin que haya una medida punitiva?

Las redes son (o deberían ser) otra cosa. Son lugares de encuentro, de búsqueda, de información, de comparación, de risa, de llanto. De ironías, también.

Pero nunca de saña y encono contra una nena de 12 años que aún no tiene las herramientas suficientes para dimensionar lo cruel que puede ser el ser humano. Los haters no tienen límites y la combinación de tantas emociones negativas como el odio, la animadversión, el desprecio y el asco se combinan como si fueran el nuevo Big Bang de Internet.

Un universo que ya no resulta nuevo, sino que crece como una bola de nieve cada día más grande e imparable. El ciberacoso deshumaniza tanto que el otro queda diluido a un sujeto que debe aceptar recibir bofetadas de manera gratuita.

Está claro que las grandes plataformas como Facebook, YouTube y Twitter poco hacen para evitar y sancionar estos comportamientos. A pesar del compromiso que manifiestan tener, se trata de una lucha, hasta ahora, perdida por goleada.