La bronca de Lionel Messi cuando Palmeiras le empató 2-2 a Inter Miami en el final del partido para arrebatarle el primer puesto del grupo tenía razón de ser: una cosa era disputar una serie de octavos de final de Mundial de Clubes contra Botafogo, campeón de la Copa Libertadores de América, pero jugable al fin, y otra muy distinta era ir al muere ante el ganador de la Champions League en una serie imposible.
Messi sabía a la perfección que Paris Saint-Germain era un riesgo gigante para un modesto y veterano conjunto al que le suelen llenar la canasta en la Major League Soccer de Estados Unidos. Por eso, la cita contra los de Luis Enrique era muy peligrosa y demasiado competitiva para los de David Beckham y compañía.

Messi no pudo hacer nada ante PSG.
No hubo partido porque los parisinos hicieron que quisieron desde el principio: metieron 4 goles en los primeros 45 minutos y después levantaron el pie del acelerador en la etapa complementaria por respeto a Messi, dueño de casa. De no ser así, podría haber tenido lugar un resultado catastrófico. Seguramente influyó también el respeto del DT de PSG hacia sus ex dirigidos: Luis Suárez, Sergio Busquets, Jordi Alba, Javier Mascherano y el propio Messi.
Los que más gozaron con la goleada fueron los hinchas franceses, ávidos de humillar a Messi, como así también la prensa del propio país europeo, con muchas ganas de venganza después de lo que sucedió en la final de la Copa del Mundo de Qatar 2022, algo que todavía duele en las tierras de Napoleón Bonaparte.
Es lo que hay. Esto es el Inter Miami, un equipo súper marketinero, pero que está a años luz de los mejores en cuanto a juego, funcionamiento y rendimiento. Esta vez a Messi le tocó darse un baño de realidad.

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