Para muchos aún cuesta creerlo. Para muchos el dolor se torna insoportable por más que nunca se hayan acercado (como la inmensa mayoría) a él. La muerte de Diego Maradona aún genera resquemores, enojos y preguntas que no tienen (¿alguna vez la tendrán?) respuestas.

Hoy es 30 de octubre y Diego hubiera cumplido 61 años. Su muerte, el 25 de noviembre de 2020, para quienes profesan su amor íntegro e incólume a su Dios terrenal no caducó el sentimiento hacia el astro del fútbol mundial. Una especie de redentor humano, de carne y hueso, tan falible como cualquier otro. Y dentro de ese grupo de adoradores seriales, acaso, los deportistas argentinos forman un grupo sólido y rocoso porque Diego siempre fue un fanático de los deportistas argentinos.

A contrapelo de lo que pensaban algunos de sus propios compañeros, como Oscar Ruggeri, que con absoluto desconocimiento, hace unos meses, dijo que Maradona “no sabía ni que había Juegos Olímpicos”.

Lejos de esa afirmación, muy lejos, Diego fue siempre un incondicional, comprensivo y audaz promotor. Desde darles una charla, en modo arenga, a Las Leonas, tras su derrota en la semifinal de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 ante Holanda. “Realmente es un placer, chicas. No es el mejor momento, lo sabemos todos. Pero quédense bien tranquilas que dejaron todo lo que tenían por la camiseta. Eso no se regala, y ustedes lo vendieron caro ahí adentro. Quédense tranquilas que estamos orgullosos, los que estábamos afuera sabíamos todo lo que estaban dando para dar vuelta el resultado. Chicas, quédense bien tranquilas y sigan luchando, lo único que puedo decirles. Yo sé que es un momento de mierda este, pero hay que seguir poniéndole el pecho a la camiseta. ¡Vamos eh!”, dijo un efusivo Maradona en el vestuario.

Al día siguiente, desde las gradas, el mismo Diego celebraba la obtención de la medalla de bronce, ante Alemania, y recibía como ofrenda las zapatillas de Luciana Aymar, acaso la Maradona de hockey sobre césped.

En esos mismos Juegos, Maradona celebró la medalla de oro ganada por la Argentina en el fútbol masculino como si él hubiese estado en la cancha. El triunfo 1-0 ante Nigeria (gol de Ángel Di María). Eran tiempos en los que se reía y abrazaba a Juan Román Riquelme. O su alegría por la medalla de oro ganada por el veterano ciclista argentino Juan Curuchet. “Argentina puede demostrar que no sólo es fútbol y tenis, ahí está el ciclismo”, dijo en referencia al logro de Curuchet. “Hay que apoyarlos a todos”, pidió.

No hay que buscar solo en los Juegos Olímpicos la presencia maradoniana. Sobran los ejemplos, más allá de los seis anillos.

La obtención argentina de la Copa Davis, en 2016, ante Croacia, en Zagreb, contó con la presencia de Maradona. En una de las plateas del estadio, exultante y eufórico, estaba Diego que cantó todo sin parar. Eran tiempos en los que Diego vivía en Dubai, pero no dudó en tomarse un avión para alentar a Juan Martín Del Potro y compañía en busca de la hazaña. Luego del histórico triunfo, Maradona pasó por el vestuario y se llevó la raqueta de Delpo. No fue la única vez, claro. También vibró con varias camadas de la denominada Legión argentina que jugó por la llamada ensaladera. En el Buenos Aires Lawn Tenis o de visitante. Siempre que podía (y quería) estaba.
La Generación Dorada también tuvo en Maradona a un hincha absoluto. Admirador del básquet, adoraba a Michael Jordan (“aunque fuera americano”, dijo), El Diez puso a Manu Ginóbili como “el mejor deportista de la historia argentina”. Por eso, regresemos a Pekín 2008, donde luego de ponderar in situ a Walter Pérez, recordó: “Todavía están los muchachos del básquet, que pueden sacar el bronce”. Y no se equivocó. En la semifinal ante Estados Unidos, estuvo en el vestuario y se sacó fotos con los jugadores que luego obtendrían la medalla de bronce.

Los Pumas también contaron con el apoyo de Diego. “Ustedes le están dando a la Argentina lo que Argentina no tiene. Nos hacen felices a nosotros y a un país que dicen que es de fútbol. Hoy es de rugby por ustedes. Quiero tener la camiseta tatuada como ustedes. No soy comprable”, les dijo a los jugadores argentinos que competían en el Rugby Championship de 2015.

Otra faceta de Diego lo mostró en varias oportunidades reuniéndose con deportistas para hacerles saber el apoyo. Incluso, hasta para apoyarlos económicamente. Por caso, en 2016, cuando su incondicional amigo Héctor Enrique inauguró un complejo de canchas en Adrogué, aprovechó para pedirle al Negro que llamara a la taekwondista Aylen Romachuk. “Héctor me llamó y me dijo: ‘Venite, Diego te quiere conocer’. ¡Y con mi novio salimos corriendo! Fue increíble, jamás me imaginé que Maradona se iba a interesar por el taekwondo. Una vez ahí sentí que él me estaba entrevistando porque me preguntaba de todo. Yo le conté mi historia, mi carrera deportiva y a él le brillaban sus ojos. Me transmitía pasión y amor por la Argentina, por los colores. Me hacía sentir respaldada”, contó la propiaRomachuk. Conmovida hasta las lágrimas, Romachuk hasta recibió consejos de Diego. “Aylen, que no te importe lo que digan los de afuera. Tampoco los resultados, no te guíes por eso. Transpirá la camiseta y dejá todo. Siempre. Si hacés eso, ya está”, reveló la deportista que recibió la ayuda de Maradona para viajar a la Copa del Mundo, en Hungría.

La presencia de Maradona próximo a los deportistas argentinos es indudable. Para él, quien vestía una camiseta argentina merecía el apoyo de todos, siempre. Porque, en su visión, no era más que honrar a su país y a su gente. Ahí, en la arena en la que estaban los deportistas argentinos Diego era más que nunca el Diego de la gente. Uno auténtico, casi ideal.