Pat Cash es de aquellos hombres imposibles de pasar desapercibidos, en todos los sentidos imaginables. En el tenis fue dueño de un juego físico, por momentos sucio, aunque siempre luciendo una vincha a cuadros blanca y negra que representaba su esencia: nunca gris, siempre en los extremos. Pero su faceta más reconocida se dio fuera de las pistas, con un estilo disruptivo y provocador que le valió el mote de “bad boy” durante la década del ’80. Un combo inencasillable.
“Yo llamo al tenis el McDonald’s del deporte: te dan dinero rápido y te vas“. En esa frase se condensa el alma del nacido en Australia en 1965. La carrera de Cash se construyó con tanto talento como polémica: perlas deportivas y decisiones cuestionables por igual. Así como con su diestra conquistó Wimbledon y dos Copas Davis, también supo perder contra Rafael Nadal de 14 años y convertirse en saco de boxeo del público. En el medio, encontró un refugio que admite haber estado cerca de llevarlo al suicidio: la adicción a las drogas por depresión.
El heredero que nunca llegó a ser profeta en su tierra
Desde su nacimiento, Cash se vio empapado en el deporte gracias a su padre, una figura del fútbol australiano. Su vínculo con el tenis se dio desde pequeño: a los 10 años jugaba con sus compañeros de la escuela y tenía como ídolo a John Newcombe, quien luego de vencer a Jimmy Connors en una final, convenció a Pat de dedicarse al mundo de la raqueta. Y dejó alma y vida por lograrlo. Fue el mejor junior del mundo, pero con el tiempo, aquella pasión comenzó a diluirse bajo el peso de la presión.

Pat Cash, en Wimbledon 1991.
Desde Australia lo señalaban como el heredero del legado de leyendas como Rod Laver. Debía medirse con la armada sueca comandada por Bjorn Borg. En un puñado de partidos, cargaba con su juego y con las esperanzas de todo un país. Y la situación lo desbordó.
La factura no fue física, sino mental. Su carácter mutó con los años hasta convertirse en un chico malo del tenis. Lo paradójico, casi cinematográfico, fue que a mayor cantidad de críticas, mejor era su nivel. Así llegó Wimbledon. Y también, el vacío existencial ante cada derrota.
El bad boy criado a base de rock
Con poco más de 20 años, era habitual ver a Cash rompiendo raquetas, protestando con los jueces de silla y teniendo tratos poco moderados con la prensa. No se guardaba nada. Su único cómplice en el circuito era John McEnroe, con quien compartía actitudes incendiarias y una devoción inquebrantable por el rock.
Las críticas parecían importarle poco a Cash. Menos aún cuando, bajo los cuestionamientos, supo conquistar Wimbledon en 1987 venciendo en la final a Lendl. Demostró un notable nivel sobre el césped, confirmando que se trataba de su superficie favortia, como también ratificó su visceral espíritu. Se saltó el protocolo de premiación tras ingresar al palco de su equipo para festejar. No obstante, por dentro todo tenía gusto a poco. Ni ser número 4 del mundo ni alcanzar dos finales consecutivas de Australian Open en aquel año y el siguiente.

Pat Cash, la figura difícil de descifrar.
Detrás de cada victoria se escondía un vacío. Una frustración que lo consumía. Las presiones deportivas de la adolescencia se convirtieron en un dolor silencioso que canalizó en un viejo refugio: las drogas. “Cuando no estaba drogado, estaba deprimido“, revelaría años más tarde.
Las adicciones, la depresión y el retiro
“Los triunfos se transformaron en una droga, como la heroína, que uno necesita continuamente. Si no era de esa manera, vivía en un estado depresivo. Uno siente que nadie lo quiere cuando pierde, y se quiere matar. Nunca fui muy bueno en la comunicación con otras personas, por lo cual, muchas veces me enfurecía, me volvía loco, y comencé a usar drogas, en particular cannabis, cuando apenas tenía 17 años de edad“. De esa forma, Cash resume el inicio de un camino que lo acompañó durante toda su carrera profesional.
“Cuando jugué en Wimbledon por primera vez, siempre tenía un cigarrillo de marihuana bajo la almohada. Fumaba todas las noches“, agregó, reconociendo al mismo tiempo que la cocaína y el éxtasis llegaron a su cuerpo en simultáneo a las lesiones que, poco a poco, lo llevarían al retiro.

Cash, protagonista de un sinfín de polémicas.
En 1989, en pleno apogeo, se rompió el tendón de Aquiles. Nunca volvió a ser el mismo. Las lesiones se volvieron rutina, al igual que la noche, su guitarra y el rock. Al punto que decidió grabar un disco con su fiel amigo McEnroe.
El adiós llegó en 1997, cuando solo disputó nueve partidos en el año y alcanzó a ganar dos. Así y todo, el retiro no cambió su espíritu incendiario. Con más tiempo libre, disparó contra figuras del ambiente y volvió al centro de la escena con declaraciones como esta: “El tenis femenino es una basura que apenas dura media hora“.
La reconexión con el público
A pesar de todo, la vida le ofreció una segunda oportunidad. Y él la tomó. ¿La llave a un reencuentro con el público? El circuito Senior ATP. Sí, la raqueta que tantas veces lo amargó, decidió darle una nueva faceta. Comenzó a mostrarse más abierto al público y con otro carisma, cambio que le hizo ganarse un lugar como comentador de partidos en la televisión australiana.

El retiro le dio una nueva oportunidad a Cash, quien supo forjar una buena relación con el público.
A la vez, se volvió habitual verlo en partidos de exhibición, donde curiosamente agregó un nuevo capítulo para la historia. En mayo de 2001, se enfrentó a un pequeño de 14 años, oriundo de Mallorca, España, que lo pulverizó en la pista. Se llamaba Rafael Nadal.
“Me avergonzó unos años hasta que ganó 14 Roland Garros“, recuerda Cash, dejando a la vista su nuevo sentido del humor. Aunque, los rencores dignos de su antigua personalidad puedan asomarse o no, a la hora de elegir a su favorito del “Big Three”, no duda en quedarse con Novak Djokovic.

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