Compromiso, trabajo, esfuerzo, humildad y potencia. No sobran tenistas con esas características, pero quien tuvo cada una de ellas y fueron determinantes para que haya tenido una gran trayectoria fue Franco Squillari. Zurdo, como el gran Guillermo Vilas, Toto daba miedo con la fuerza que le imponía a la pelota y ese fue su sello.
Pasaron 20 años desde su retiro, pero ese drive si sigue recordando. También aquellas batallas en polvo de ladrillo contra enormes jugadores de la época a los que puso contra las cuerdas. Franco Squillari dialogó con exclusiva con BOLAVIP y repasó su vida ligada al tenis.
Supo ser número 11 del mundo, le ganó a Roger Federer las dos veces que lo enfrentó -una de ellas en canchas rápidas-, también le tocó enfrentar a un Rafael Nadal que recién aparecía en el circuito con toda su ilusión. Ganó tres títulos a nivel ATP y fue semifinalista de Roland Garros en el año 2000.

Franco Squillari habló a solas con Bolavip. (Foto: Getty).
-¿Cómo aparece el tenis en tu vida?
-Mis comienzos fueron en Deportes Racionales, el club de toda la vida de mi familia. Mi papá, inmigrante italiano que llegó en el 49, era capitán de tenis en Estudiantil Porteño, pero lo llamaron para armar el equipo de Deportes y hacerles sombra al Buenos Aires Lawn Tennis, que concentraba a todos los mejores del país. Terminó quedándose ahí y nos transmitió esa tradición a mi hermano y a mí. Cuando empiezo a tener recuerdos ya había 12 canchas, habían arrancado con dos y le fueron ganando terreno al ferrocarril. Entré a la escuelita, había un frontón enorme con 25 o 30 chicos pegándole a la vez. En esa época en Buenos Aires se vivía muchísimo el club. Tengo recuerdos de pasar todo el día ahí los fines de semana con mis viejos, que jugaban torneos internos e interclubes. Mi primer torneo oficial, a los 8 o 9 años, fue nada menos que en la cancha central del Buenos Aires: perdí 8-6 en el tercero contra el que era el 2 de Argentina. Ahí empezó todo.
-Los primeros referentes fueron tus papás, claramente, en un club que era básicamente de tenis. Pero por edad, la figura de Guillermo Vilas… ¿Qué significaba para un pibe que arrancaba en los 80 ver a Vilas?
-Vilas fue el que transformó el tenis de un deporte de élite a uno popular. Antes jugaban cuatro gatos; después de él, todo el mundo quería ser Guillermo Vilas. Se multiplicaron las canchas, los profesores, los chicos con raqueta. Nadie generó algo parecido. Yo era muy chico cuando él estaba en su pico, así que tengo más recuerdos frescos de Gabriela Sabatini, pero con Vilas tuve la suerte de tenerlo cerca porque mis viejos y sus amigos jugaban mucho con él cuando venía a Argentina. Siempre me aconsejó bárbaro, me recomendó entrenadores… fui un privilegiado en ese sentido.

Franco Squillari ya como profesional junto al inmenso Guillermo Vilas. (Foto: Gentileza Franco Squillari).
-No es fácil para los sudamericanos insertarse en el circuito, ¿cómo fue tu camino hasta llegar a la élite?
-En la época que yo arranqué había muy poca información. Hoy con un celular sabés todo: hoteles, calendarios, premios. Antes era todo a ciegas. Mis viejos me metieron en el tenis como filosofía de vida más que como profesión. A los 15 o 16 años ya viajaba solo a torneos regionales y nacionales. Nunca tuve la obsesión de ser top 10 o ganar plata; simplemente iba teniendo resultados que me animaban a dar el siguiente paso. El punto de inflexión fue en Roland Garros 96: pasé la qualy solo, entré al cuadro y gané en primera ronda de Washington, ahí dije “epa, parece que puedo”. De a poco los resultados fueron decantando hacia el profesionalismo full time.
-Antes de ese Roland Garros ya había argentinos importantes: Frana, Pérez Roldán, Davín… ¿Cómo era compartir circuito con ellos? ¿Ayudaba esa unión para bancar las semanas duras?
-Fue una camada donde no había tanta comunión como después. Era otra época: los top miraban para otro lado, no te saludaban, te hacían pagar derecho de piso. Hoy ves a Alcaraz o Sinner entrenando con cualquiera; antes te sentabas al lado de Becker y en dos horas ni cruzaba cuatro palabras. Era más áspero emocionalmente. Con el tiempo cambió, sobre todo con los argentinos de mi generación. como por ejemplo Hernán Gumy, Lucas Arnold, Gaudio, Cañas, Zabaleta…. No éramos superestrellas, así que los egos eran más bajos y nos ayudábamos muchísimo. Viajábamos muchas semanas seguidas, no había plata ni para hotel, y si perdías en qualy tenías que pedirle a alguien del main draw que te pagara la semana. Aprendimos a la fuerza que ser buena gente te facilitaba la vida.

Squillari y su clásico revés a una mano. (Foto: Getty).
-¿Alguna anécdota puntual de “mala onda” de algún top de esa época?
-Montones. Entrabas al vestuario, saludabas y te corrían la cara. Nicolas Kiefer era famoso por eso. Una vez Álex Corretja, que era un fenómeno, me dijo: “Yo lo saludo una vez; si no me devuelve el saludo, nunca más”. Pero era moneda corriente con muchos top 10. Hoy sería impensado.
-Vamos a tus dos años mágicos: 1999-2000. Tres títulos ATP en polvo, finales contra Haas y Gaudio, semifinal de Roland Garros 2000, número 11 del mundo… ¿Qué clic hiciste para que todo explotara?
-Atrás hay muchísimo esfuerzo silencioso: años de satélites (hoy futures) donde jugabas un mes seguido, muchas veces quedabas afuera del máster y encima en rojo económicamente. Mi viejo bancando dos carreras, buscando sponsors que nunca aparecían… Hubo momentos de querer dejar todo. Pero cuando tenés condiciones y seguís insistiendo, en algún momento se alinea. Paradójicamente, cuando dejé de obsesionarme con los resultados y ahí empezaron a llegar.

Tommy Haas y Squillari tras la final del ATP de Múnich 2000. (Foto: Gentileza Franco Squillari).
-¿Qué sentiste cuando ganaste el primer ATP?
-Curiosamente lloré mucho más cuando gané mi primer Challenger en Puerto Rico (96 o 97). Me había peleado con el entrenador, me quedé solo y gané la semana. Fue una descarga tremenda. El primer ATP me agarró más maduro; ya venía haciendo cuartos en Roma, buenos resultados… Fue una confirmación más que una sorpresa. Emocionalmente el pico absoluto fue la semi de Roland Garros 2000, ahí sí se me vino el mundo abajo de la mejor manera.
-Cuando pasaste a esa semifinal en Roland Garros en el 2000, ¿qué se te cruzó por la cabeza?
-Ese torneo me pasó algo raro: normalmente miraba todo el cuadro, pero esa vez solo vi la primera ronda y que en tercera podía tocarme Agassi, que me había eliminado el año anterior. Después no miré más nada. Ni siquiera sabía quién estaba del otro lado. Se me fue dando todo redondo. En segunda ronda, mientras yo jugaba contra un checo duro, escucho que Karol Kucera le gana a Agassi en la central. Ahí pensé: “Por favor, cerrá el partido ya que contra Kucera tengo revancha”. Le gané a Kucera, que venía de ser top 6, después a Younes El Aynaoui en tres sets, y en cuartos a Albert Costa, que siempre me había ganado fácil y era candidato eterno en París. Ese día contra Costa jugué, creo, el mejor partido de mi carrera. Después de eso ya me sentía con muchas chances. No me puse la meta de ganar el torneo, pero sí pensaba: “Me van a tener que ganar, porque yo no me voy a ir solo”. En semis contra Norman había un viento impresionante y él también estaba tenso: era su primera semi de Grand Slam. Tuve break arriba en el segundo set, lo vi hablando con su entrenador diciendo “no es mi día, no puedo jugar”, pero nunca logré capitalizarlo”. Me ganó bien 7-5, 6-3, 6-4.

Squillari y Magnus Norman en Roland Garros 2000. (Foto: Getty).
-Le ganaste las dos veces que jugaste a Roger Federer. Cuando él apareció, no era todavía el monstruo que terminó siendo. ¿Cómo lo veías vos en esa primera etapa?
-Dentro de la cancha ya era muy bueno: peso de bola impresionante, facilidad brutal y en los puntos importantes se potenciaba. Pero afuera tenía muchos agujeros: entrenaba poco, tenía un revés flojo cuando le jugabas alto al hombro, eso le duró hasta ser top 3, y el trato con su entorno no era el mejor. Se notaba que le faltaba madurez. Igual, ya se hablaba muchísimo de él. La ATP lo ponía en canchas centrales aunque todavía no hubiera ganado Grand Slams. Se vendía solo: la gente iba a verlo. Tuve la suerte de jugarle dos veces y ganarle las dos antes de que se convirtiera en la leyenda absoluta.
-¿Y qué recuerdo tenés del Rafa Nadal joven? Compartiste poco, pero lo viste de cerca.
-Energía inagotable. Lo veías llegar con Toni, hacer tres horas de cancha, después fulbito con argentinos y españoles, después bici, después pesas, después beach-vóley… no paraba nunca. En Sopot 2004, creo que fue su primer título ATP, me tocó en cuartos. Jugamos a las 10 de la noche, se larga a llover, me tomo una pastilla de cafeína y no pego un ojo. Al otro día a las 10 de la mañana, en una cancha chica, me hizo correr hasta los carteles. No fallaba una bola, todo profundo, ya era una máquina de devolver. No tenía todavía la agresividad que desarrolló después, pero ya se veía que era un fuera de serie. Y encima súper simpático, cero pavada.
-Vos ya eras el “hermano mayor” de La Legión. ¿Sentiste que te miraban como referente? ¿Te consultaban?
-Sí, sobre todo al principio. Con Gastón entrenábamos juntos de chicos y fuimos más contemporáneos, pero a Coria, Nalbandian y los demás los enfrenté siendo muy pibes y me costaba horrores ganarles. Tenían una cabeza distinta: se sentían ganadores desde siempre. Coria y Nalbandian tenían una biomecánica privilegiada y después vino Del Potro, que era igual en ese sentido. Podían no tocar una raqueta tres días y a la primera pelota le pegaban perfecto. Se creían que solo perdían contra tres o cuatro del mundo… y así les fue. Gastón fue más “terrestre”: esfuerzo, sacrificio y constancia pura. A veces el que trabaja como loco y nunca falta termina logrando más que el superdotado.

Gaudio y Squillari. (Foto: Gentileza Franco Squillari).
-¿Cómo viviste el retiro?
-Fue bastante natural. Tuve una carrera muy desgastante emocionalmente: a los 18 años murió mi viejo y sentí que se me iba el tren, apuré todo. Después fueron muchos años de subidas y bajadas fuertes. Cuando paré no sentí ese vacío famoso del tenista. Nunca me desesperé por llenar el hueco de la adrenalina de la competencia. Esa sensación no volvió más, es verdad, pero tampoco la busqué. Tener hijos ayudó muchísimo. Hoy disfruto otra adrenalina: transmitir partidos, estar cerca del tenis argentino desde otro lugar.
-¿Qué ves hoy del circuito que te gusta y qué no tanto?
-Mejoró muchísimo la cabeza: ya no es vida o muerte ganar o perder. Hoy los chicos están más preparados mentalmente y el dinero llega mucho más rápido, eso quita envidias tontas del principio. Siguen sacándose los ojos entre ellos, sobre todo los del mismo país, pero políticamente lo venden mil veces mejor que antes. Son mucho más inteligentes con las redes y la imagen. Cada uno maneja su propio relato y eso está buenísimo.

Una clara muestra de lo sacrificado que fue Squilari. (Foto: Getty).
-¿Qué objetivos tenés para el mediano plazo?
-Estoy cómodo. Llevo varios años en desarrollo de juveniles en la AAT y comentando en ESPN, donde me siento cada vez mejor. Asesoro chicos, entrenadores, inversores… estuve muy cerca del arranque de la carrera de Tomás Etcheverry, por ejemplo. Mi deseo es simple: seguir ligado al tenis toda la vida y que Argentina siga sacando jugadores. Hoy tenemos casi el 9 % del circuito ATP masculino, algo histórico. Ojalá dure muchos años más.







