Así le dieran un minuto de juego, Ronaldinho marcaba la diferencia. Como extraterrestre que era y es, al brasileño le bastaba con pisar el césped y tener el balón en los pies para alterar el orden de lo establecido contra reloj. Lo demostró con Querétaro.

Pese a que Victor Manuel Vucetich no le tenía completa fe para aprovecharlo más tiempo en la cancha, Dinho se ganaba su poquita confianza para generar magia en las oportunidades recibidas y engalanar con su presencia al futbol mexicano.

Contra América, por ejemplo, ingresó de cambio con el partido resuelto a favor de Gallos Blancos. Pero como un tipo nacido con el don para hacer arte con la pelota, el brasileño no iba a quedarse estático frente a un Estadio Azteca abarrotado gracias a él, porque todos los aficionados querían admirar en vivo su talento; Ronaldinho se convirtió en la obra artística del juego con un doblete que fue vitoreado de pie por parte de los americanistas.

La expectativa por su llegada a la Liga MX se alargó hasta la gran final contra Santos. No lo hizo sin estar envuelto en polémicas por su espíritu festivo o ciertas conductas de protesta hacia el cuerpo técnico encabezado por el Rey Midas. Sin embargo, la afición le perdonaba cualquier cosa a cambio de una dosis futbolera.

Y él respondió. Frente a los laguneros, con 3-0 en el marcador y a dos goles de empatar el global para definir al campeón, Dinho entró al minuto 60 para buscar la proeza. Sin saber a ciencia cierta por qué lo hizo, quizá para romper la tensión provocada por los nervios, o bien por mera inquietud de una picardía muy característica de los sudamericanos, el genio se avivó durante el despeje del portero Agustín Marchesín para robarle el balón mientras estaba en el aire y mandarlo a la red.

El árbitro Francisco Chacón anuló el gol y lo amonestó. Si bien el silbante aplicó la regla de que no se puede interferir en el despeje del arquero, su decisión fue abucheada por los aficionados del Querétaro por obvias razones, así como por ser tan estricto con una jugada poco vista en el futbol mexicano y cuyo autor fue un crack que obsequiaba futbol-espectáculo como pocos lo hacían en el mundo.

La travesura de Ronaldinho a Marchesín fue similar a la que efectuó Misael Espinoza, con Chivas, en contra del guardameta uruguayo Walter Burguez, de Atlético Morelia, en 1995. El delantero se colocó a espaldas del portero y robó el balón con la cabeza antes de que cayera al pasto en el bote previo al despeje. A Misael también se lo invalidaron.

Salvo la afición santista y los detractores de la picardía en el futbol, ¿alguien se hubiera enojado si Chacón daba por bueno el gol de Dinho? Esa final sería inolvidable por décadas y la rivalidad Santos-Querétaro probablemente se enmarcaría como un nuevo clásico de la Liga MX. Pero el hubiera, como bien dicen, no existe.