El triunfo de Arabia Saudita sobre Argentina alteró todavía más sus emociones. Miles de aficionados llegaron al Monumento a la Revolución confundidos en sus expectativas respecto a México. Horas previas al debut mundialista del Tri, muchos creían que la Selección Mexicana no tenía posibilidades de avanzar a la siguiente ronda. Sin embargo, el inesperado resultado saudí les hizo dudar. “Si ellos pudieron ganarle a los argentinos, nosotros también. Sí se puede pasar, ¿no? Ojalá Dios nos eche una manita”, comentó una señora que desacredita por completo el proceso de Gerardo Martino como técnico nacional pero cree en los milagros como alternativa de juego.
Y es que tampoco tiene confianza en los futbolistas tricolores. Así como ella, cientos de aficionados más. La fe hacia los convocados por ‘el Tata’ era prácticamente inexistente. Contrario al fervor que hubo hacia uno o más jugadores durante las Copas del Mundo anteriores, Qatar 2022 se convirtió en un paredón de todos los seleccionados. Minutos antes del silbatazo inicial contra Polonia, ninguno se salvó de ser criticado o cuestionado. “Son muy malos, y con este señor (Martino) juegan terrible. Si damos un golpe de suerte como el de Arabia podemos aspirar a algo”, dijo un aficionado que adjudicó a la fortuna un papel determinante en la cancha, desestimando así el excelente funcionamiento saudí para vencer a la Albiceleste.
La poca conexión afectiva con los jugadores y cuerpo técnico del Tri contrastó con el entusiasmo de acudir con la camiseta de México al FIFA Fan Fest para ver el partido en multitud. La comunión para sufrir y alegrarse con el duelo ante los polacos estuvo sustentada en la contradicción masiva de visualizar un buen Mundial con base en la suerte y ayuda divina, pero contemplando un fracaso como alternativa cuyos responsables serían los desconfiables citados por Martino y el propio entrenador.
Pero esa percepción hacia los mortales tricolores cambió de manera paulatina en cuanto inició el partido. Conforme transcurrieron los minutos, tal como sucedió con generaciones anteriores, la gente se enganchó con actitud positiva con los futbolistas, principalmente con Alexis Vega y Luis Chávez, en quienes vieron a dos motivos para volver a esperanzarse en el Tri y sus representantes. Con el 0-0 al medio tiempo, mostrándose sorprendidos y satisfechos por el planteamiento táctico de ‘el Tata’, un grueso de aficionados fueron diluyendo poco a poco corajes, odios y pesimismo acumulados desde la eliminatoria hasta la fecha. No obstante, la ausencia de gol mantenía esa barrera de distancia entre afición y equipo.
Entre el buen desempeño mostrado en los primeros 45 minutos y la falta de puntería al arco polaco, los asistentes al FIFA Fan Fest seguían siendo víctimas de la contradicción. Se emocionaban con reservas, alentaban con temor, aplaudían con suspicacia. ¿Qué necesitaban para desbordarse en apoyo incondicional hacia una selección que requería de volver a ganarse su confianza? La respuesta fue un penalti en contra.
Luego de que el árbitro australiano Chris Beath fuera al VAR para sancionar el jalón de camiseta propinado por Héctor Moreno a Robert Lewandowski en el área, la polarización hacia Guillermo Ochoa afloró. Por un lado, gargantas gritaron porras al arquero. Por el otro, exclamaciones de burla por considerarlo incapaz de atajar un disparo desde el manchón.
Los segundos más eternos que sufre un aficionado son aquellos que inician desde que el cobrador coloca el balón hasta que tira. Así sucedió con Lewandowski. Después de poner la pelota sobre el césped, los mismos que se burlaron de Ochoa empezaron a alentarlo entre susurros y tartamudeos. Le exigían que lo detuviera y al mismo tiempo le juraban devoción en caso de pararlo. Abrieron y cerraron los ojos en un sinfín de ocasiones previo a que el killer del Barcelona hiciera contacto con el esférico. “Por favor, Memo, por favor”, clamaron los escépticos y detractores del guardameta americanista.
Y sucedió. Ochoa atajó el penalti, les hizo el favor. De inmediato la gente celebró, coreó su nombre: “Memo, Memo, Memo”. Hubo abrazos, lágrimas incluso. Se suscitó una euforia inusitada, algo que no se había sentido así en el proceso mundialista de Gerardo Martino. ¡Qué urgencia tenía la afición de una acción que generara unión y armonía! O mejor aún, un acto que concediera la oportunidad de volver a creer, de recuperar la fe en la Selección Mexicana y sus futbolistas.
Culminó el partido sin goles pero con una multitud unida, con confianza en un equipo que puede valerse de sí mismo sin ayuda divina o de la suerte. “Si Santo Memo paró el penalti de su vida, nuestros delanteros podrán hacer el gol de su vida en los próximos juegos”, compartió un aficionado que regresó contento a trabajar tras escaparse dos horas. Así como él, miles de personas se dirigieron a sus destinos reconectados con el Tri gracias al señor Guillermo Ochoa, o al que ahora llaman ‘Santo Memo’.
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