El ángel volvió a su tierra para esto. Toda una vida soñando con este momento, con la posibilidad de dejar su huella en el partido que divide a Rosario. Ángel Di María regresó a Rosario Central este semestre con una misión clara: saldar cuentas pendientes en el club de sus amores. Y lo hizo completando uno de los pocos casilleros que le faltaban en su carrera descomunal: convertirle a Newell’s para darle la victoria 1-0 en el Clásico.
El clásico fue, como manda su esencia, un partido duro y friccionado. El primer tiempo casi no ofreció situaciones de gol, apenas un tiro libre de Malcorra que Espínola desvió y una seguidilla de faltas que reflejaban la intensidad. Central, en su rol de local, intentó llevar la iniciativa, pero sin demasiada claridad.
En el complemento, el encuentro ganó en dramatismo. Central tomó definitivamente el control, con más decisión que fútbol, y fue empujando a su rival. Véliz encendió la ilusión con varios remates, pero no alcanzaba. Hasta que apareció quien había vuelto para escribir su capítulo dorado.
A los 36 minutos del segundo tiempo, Ángel Di María se paró frente a la pelota en tres cuartos de cancha, acomodó su zurda y la acarició con esa rosca endiablada. La pelota bajó justo a tiempo para incrustarse en el ángulo de Espínola, que nada pudo hacer. El Gigante de Arroyito explotó al unísono.
El gol fue mucho más que el 1-0 en el marcador. Fue la consagración de un sueño. Di María se emocionó sobre el final del partido. Lo cierto es que consiguió aquello que tanto había soñado desde su partida al Viejo Continente, allá por 2007. Dieciocho años después, el ángel dice presente en su casa para grabar su nombre en el Clásico de Rosario, en el club de sus amores y en el corazón de cada hincha.
