“Si [Pablo] Aimar está con [Lionel] Scaloni, démosle bola a Aimar que sabe todo, él entiende lo que es ponerse la camiseta de la Selección argentina y representa nuestro ADN”. Con esas palabras, a principios de 2019, César Luis Menotti terminó de convencer a Claudio Tapia.

El Chiqui no quería (no podía) volver a tropezar. El sopapo de Rusia 2018 había abierto las filas para que su nombre estuviera a la orden del día para recibir estiletazos. Como si hubiera sentido el filo de la espada rozar por su cuello, Tapia entendió que Scaloni podría ser mucho más que un salvavidas momentáneo en medio de la tempestad que tenía encima.

Claro, si la elección de Jorge Sampaoli (vía Daniel Angelici, entonces mandamás de Boca) había tenido unanimidad, la de Scaloni tenía más problemas que el plomero del Titanic. Al menos, fuera de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), uno de sus terruños fuertes (el otro es Barracas Central), el mundo del fútbol descreía de las credenciales del hombre al que Tapia había acudido para jugar el torneo de L’Alcudia con un equipo Sub 20 porque el puesto de entrenador había quedado acéfalo. Por eso, Chiqui Tapia le ofreció a Scaloni, que había integrado el cuerpo técnico de Sampaoli, viajar a España con los juveniles.

Como la Argentina ganó el torneo y, a los pocos días, la Selección mayor tenía una serie de amistosos, Tapia prefirió ganar tiempo con Scaloni al frente. “Son unos partidos y después vemos cómo seguimos, necesitamos que dirijas”, lo convenció Tapia a Scaloni que no dudaba, sino que quería alguna garantía para no ser tan solo un fusible a descartar con premura.

Con esos dos antecedentes, la prensa mainstream le salió al cruce y lo etiquetaron como un DT improvisado o "el joven inexperto" que sólo podía surgir, por supuesto, de una AFA improvisada manejada por un hombre del ascenso. Claro, los nombres de Marcelo Gallardo, Diego Simeone y Mauricio Pochettino corrían con ventaja. Por peso y por curriculum. Pero lo que pocos (casi nadie, admitámoslo) confiaron en que ese piloto de tormentas podía hacerse cargo de un barco que tenía a Lionel Messi como su as de espadas.

Por eso, para la Copa América 2019, Scaloni le buscó nuevos intérpretes para rodear al 10: Rodrigo De Paul y Giovani Lo Celso. A favor de Tapia estaba nada menos que Messi y un plantel que comenzó a reestructurarse con nombres poco comunes para empezar a generar el recambio de una generación de notables jugadores que no habían podido ganar en un país en el que “ganar, ganar, ganar” parece ser el único camino. En rigor, Scaloni nunca había ejercido como entrenador, había formado parte del cuerpo técnico de Sampaoli aunque no desde una posición clave y su nombramiento daba la sensación de ser un salto al vacío.

Con todo el ese peso sobre sus espaldas, Scaloni se entendió sin problema alguno con Messi y compañía. Habían convivido en la Selección (Sacloni disputó como Messi el Mundial de Alemania 2006) y quién mejor que un cuerpo técnico cercano, sin dejar de lado roles, deberes y obligaciones, para volver a intentarlo. Si Messi estaba acostumbrado a remar, muchas veces contra la corriente de su propio país.

Por ello, Scaloni tomó sus primeras decisiones para rearmar un equipo que, potencialmente, tenía los nombres y las formas para reescribir la historia. Javier Mascherano, Gonzalo Higuaín, Lucas Biglia y Ever Banega quedaron en el pasado. Y en su primer partido contra Guatemala, integraron el equipo titular Gerónimo Rulli, Germán Pezzella, Nicolás Tagliafico, Leandro Paredes, Giovani Lo Celso y Exequiel Palacios. Y junto con Aimar, su brújala futbolística y emocional, se integraron al cuerpo técnico Walter Samuel y Roberto Ayala. Todos, menos Ayala (unos años más grande), estandartes de una extraordinaria generación de jugadores que contó con el entrañable aporte de Néstor Pekerman, el hacedor con el que Argentina ganó cinco Mundiales Sub 20 (el primero, en 1995, justamente en Qatar) que, en el Estadio Lusail y con el triunfo ante Francia, miró a sus "alumnos" con la gratitud de un padre satisfecho.

En el tercer partido de su ciclo (ante Irak goleó 4 a 0) asomaron en la formación inicial Marcos Acuña, Lautaro Martínez y Rodrigo de Paul y en la derrota 0 a 1 ante Brasil, en Jeda (Arabia Saudita), Nicolás Otamendi y Ángel Correa. Los nombres nuevos empezaban a tener espacio.

Menotti y su aporte:

La renovación estaba en marcha. El proceso también. Sin embargo, el nombramiento de César Luis Menotti como director general de los seleccionados nacionales, el 14 de enero de 2019, no puso en duda a Scaloi sino que le dio más tiempo. Al menos, Scaloni seguiría hasta fines de ese año.

Para e DT campeón del mundo en 1978, el cuerpo técnico le despertaba mucha confianza y entendía que podía ser una buena oportunidad para una generación joven de (ahora) ex jugadores para hacerse cargo de la conducción.

Además, Menotti siempre creyó en la positiva influencia de Pablo Aimar. Y que Scaloni, a quien conocía poco, tuviera a su lado al cordobés era una garantía. No de éxito, sino de trabajo mensurado y con una idea futbolística afín a su ideología.

Tiempo después volvió Lionel Messi en la derrota 1-3 ante Venezuela, en Madrid. Con más críticas que elogios, incluso desde la Casa Rosada dejaron entrever que Gallardo debía asumir en lugar del hombre de Pujato de 41 años (16 de mayo de 1978).

La resistencia, antes de la gloria eterna:

La resistencia de Chiqui Tapia encontró en Messi y sus compañeros los laderos para sortear la presión mediática y del público en general que aún no se habían encolumnado detrás de la incipiente Scaloneta, el nombre que surgió a partir de una chanza con tinte caricaturesco.

Claro, para los jugadores, Tapia había sido el encargado de “bancarlos” en tiempos de vacas flacas para la AFA. De hecho, Chiqui pagó en varias ocasiones, con su propia tarjeta de crédito, concentraciones y viajes durante la Copa Centenario 2016. Los jugadores, en medio de las quejas, valoraban que alguien entendiera y resolviera varios de sus reclamos. Tapia, por supuesto, supo capitalizar esas erogaciones cuando más urgencia sintió.

Con el aval de Tapia que apostó y creyó en el proyecto, Scaloni empezó a forjar el grupo que lo tendría en el pináculo del mundo unos años después. Para la Copa América de Brasil 2019 llegaron tan solo 9 jugadores de los que habían jugado el Mundial de Rusia con Messi, el “Kun” Agüero y Ángel Di María a la cabeza. Ese mojón con derrota incluida ante Brasil por las semifinales mostró una versión diferente de Messi reclamando por los malos arbitrajes.

Esos cimientos edificaron la voluntad del grupo que se puso a las órdenes de un entrenador en el que creían. En verdad, todos se pusieron a trabajar para Messi en una función de albañiles para que su estrella cincelara los destellos de un equipo que talló su propia identidad. Ni mejor ni peor, ellos no buscaban comparaciones. Incluso, le escapaban cuando surgían, sobre todo desde la prensa.

Acaso, ese tercer puesto inició un lento proceso de reconversión en una especie de adoración que el domingo pasado ante Francia creció a niveles insospechados y se refundó en la religión scalonista. Sin esa Copa América de 2019, el scalonismo no sería lo que vino después con el título y ante Brasil en el Maracaná en 2021. En plena pandemia, esa noche de Río de Janeiro del 10 de julio de 2021, el convencimiento, por la prepotencia del resultado, obligó a mirar al novel DT con más respeto y dejar atrás el descreimiento con el que inició su gestión. Luego vinieron los 36 partidos invictos (racha que se cortó en Qatar 2022 ante Arabia Saudita), incluida la Finalíssima ante Italia (3-0) en Londres.

Ese título, el de 2021, tras 28 años sin llegar a lo más alto de América, no hizo más que ratificar a un entrenador que llegó con escasa credibilidad y hoy se codea con Menotti y con Carlos Bilardo como campeón del mundo. Pero Scaloni tiene algo más: además de ser campeón del mundo y de América como técnico, también lo logró como jugador de la Selección Sub 20 en Malasia 1997.

Sin embargo, siempre lidió contra detractores que le bajaron la vara por el tenor de los rivales o porque nunca antes había dirigido “ni en el acenso”, en una clara referencia ofensiva que afectaba al propio Tapia, un dirigente que nunca podrá (¿acaso, ahora sí?) sacarse el mote de su raíz de origen identitaria: el acenso, allá lejos en los sótanos del futbol argentino donde el establishment del futbol no mezcla sus negocios salvo cuando de ahí surge un jugador con poder de venta y de reventa.

Scaloni supo correr, mejor dicho dirigir, desde atrás como si tuviera la espada de Damocles blandiéndole cerca de la yugular. En ese contexto, siempre con un “pero” en tono peyorativo, supo concentrarse en lo suyo y con los suyos. Hoy, si quisiera, podría reírse de muchos y bien le cabría una bandera con la leyenda “Perdón Scaloni” (como le ocurrió a Bilardo tras la final de México 1986) recorriendo todo el Estadio Lusail. Pero Scaloni no entiende de revanchismos ni venganzas. O sí, pero dentro del campo de juego con sus jugadores y bajo su lógica, la que lo llevó a campeón del mundo.

Scaloni es eso, un tipo franco y sencillo. Un DT con licencia UEFA Pro obtenida en España que se olvidó el carnet y no pudo mostrarlo en una conferencia de prensa en Qatar. El mismo hombre de Pujato, el lugar al que siempre quiere volver para estar con los suyos. Con su padre y su madre, con su hermano en el tractor, como un gringo de campo que se animó a conquistar el mundo sacrificando el “yo” por el “nosotros”, una palabra más integral que interpela a un mundo cada día más egoísta.

En el abrazo de Messi con Scaloni, tras las conquistas (Copa América, Finalíssima y Copa del Mundo), casi como un calco, se entiende la esencia de un grupo de jugadores que entendió el mensaje del director técnico. Como si fuera una metáfora, el “todos para uno y uno para todos” de Los Tres Mosqueteros, que Alejandro Dumas utilizó para expresar los ideales de amistad, honor y lealtad, le encaja perfecto como broche de oro para definir el epílogo de esta verdadera historia de amor que, ante Francia, tuvo una final de película.