Un minuto y medio. 27 toques. Una definición que abre el partido. Julián Álvarez ya puso el 1-0 para Argentina sobre Jamaica. Por su longitud, ningún resumen televisivo mostrará la secuencia completa. Los twits saldrán con videos que tendrán solamente los últimos tres toques. Un botón de muestra de que el equipo de Scaloni es contracultural.

Alguna vez me hice cargo de haber apoyado la llegada de Jorge Sampaoli a la selección. Sus pasos posteriores por Brasil y Francia se suman a los buenos antecedentes que avalaban su desembarco. No toda frustración nos deja vacíos. Un germen de la actual idea de juego puede rastrearse en el Sevilla que armó el DT nacido en Casilda. De ese cuerpo técnico formaban parte Lionel Scaloni y Matías Manna, actual entrenador de Argentina y un analista central de su staff, respectivamente.

Como si fuera un imán, la pelota es el ordenador central de la Scaloneta. La idea es viajar juntos, agrupados alrededor de ella. Pases cortos, no más de 3 o 4 metros de distancia. Después, los movimientos horizontales y verticales: del ancho se ocupan los laterales, sin extremos y no necesariamente para generar el desborde por afuera. “Abrir la cancha” es un mantra incompleto y este equipo lo sabe. Si al rival se lo obliga a ampliarse para marcar, entonces deja huecos por adentro. Es en el centro, entonces, que se busca la superioridad. La altura en el terreno también es cuestión central. Desmarques cortos, con opciones en diferentes niveles para poder triangular. Cuando se lo ve al equipo con el plano de la TV, se notan cuatro o cinco triángulos posibles.

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Hay mucho intérprete que alguna vez supo ser 10: Leo, De Paul, Paredes, Lo Celso, Papu Gómez, Di María, Mac Allister, Enzo Fernández, Thiago Almada. Los laterales Molina, Tagliafico y Acuña tuvieron su pasado como volantes. Hasta los centrales tiene capacidad para conducir. Las piezas de calidad mejoran cualquier posesión.

Pocas cosas más contraculturales hay que preguntarse “¿para qué?”. Y este equipo lo hace. ¿Abrirse? ¿Cerrarse? ¿Ordenarse? ¿Desordenarse? ¿Para qué? ¿Cuándo? Poner en cuestión los lugares comunes del fútbol es desafiar el orden establecido. La Selección se descompone para atacar y se recompone para defender. Podemos ver un 442 o un 451, según el momento, cuando el equipo no tiene la pelota. Es imposible detectar un número telefónico con la posesión.

La estadística de cantidad de pases debe contextualizarse siempre. Argentina le da sentido a la cantidad. Descansa cuando la tiene y además puede sorprender con una búsqueda entre líneas o con una “colgadita” como las de Messi mientras el rival espera otra cesión al pie. La cercanía de los intérpretes a la pelota dificulta que cuando el rival la recupera la pueda sacar rápido de la zona. Hay una primera instancia de presión asfixiante que permite volver a tenerla rápidamente y/o que el resto se acomode otra vez en su posición.

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¿Qué otros equipos tienen una idea similar? No son demasiados. Real Madrid lo hace, con otro matiz: el pase largo de Kroos, principalmente para Vinicius abierto. Manchester City lo busca con mayor juego externo a partir de los extremos. Bayern Munich post Lewandowski está en esa búsqueda. Betis de Ingeniero Pellegrini lo intenta, con otra calidad de intérpretes. En Sudamérica, Flamengo es su mejor expresión colectiva.

No tengo dudas de que esta Selección Argentina es contracultural. Como la de Basile en 1991, recuperó una manera de jugar que no es moralmente superior ni es la única para jugar bien. Pero sí forma parte de la memoria cultural del fútbol argentino. Muchos grandes equipos de la historia de nuestro país la adoptaron y la ejecutaron con maestría. Porque, de eso trata, de la ejecución. Y eso es lo que distingue a este equipo.