Febrero de 2025. Miguel Ángel Russo dirigía a San Lorenzo de Almagro. Lejos, muy lejos, estaba de pensarse en un tercer ciclo suyo en Boca, donde Fernando Gago era el entrenador y el club sufría la herida abierta de una durísima eliminación ante Alianza Lima en el repechaje de la Copa Libertadores. El futuro inmediato no era prometedor y no existía ni el más mínimo rumor. Sin embargo, en medio de ese panorama, Miguelo algo presentía.
La revelación llegó de la voz de su amigo y ayudante de mil batallas, Juvenal Rodríguez. En una charla íntima, con una certeza que parecía un disparate, Russo le lanzó la frase que hoy resuena como una profecía. “Vamos a dirigir a Boca en el Mundial de Clubes“, reveló su ladero en diálogo con Vbar Colombia. Una sentencia dicha por el propio Miguel cualquier puerta a una competencia internacional de esa jerarquía parecía cerrada.
Y sin embargo, en los siguientes cuatro meses, el fútbol escribió uno de sus guiones más impredecibles. La campaña de Gago se desmoronó, forzando su salida. Tras un interinato de Mariano Herrón, y con Russo ya desvinculado de San Lorenzo, el llamado se produjo. En junio, fue presentado como nuevo DT y, paradójicamente, su debut en ese tercer ciclo fue, tal como lo había anticipado, en el Mundial de Clubes. Profecía cumplida.
Esa conexión casi sobrenatural con el club se explica en el profundo amor que sentía por la institución. “Boca para él es el club más grande del mundo, el movimiento popular más gigantesco que existe”, recordaba Juvenal previamente en ESPN Colombia. Era una devoción que se materializó hasta en su último suspiro: su ayudante confirmó que Russo vistió la indumentaria de Boca hasta el final, un gesto que selló su pacto de amor eterno.

Juvenal Rodríguez y Miguel Ángel Russo durante una práctica de Boca (Prensa Boca).
“Miguel nunca demostró un gesto de dolor“, agregó para recordar la lucha de Russo contra su enfermedad, la cual nunca habría sido un impedimento para su exigencia y disciplina. En cambio, admitió que se convirtió en una fuente de inspiración para su plantel. “Había veces que veía a los jugadores y decían ‘¿cómo podemos decir que estamos cansados enfrente de este señor?’ Nadie le faltaba a ningún entrenamiento. Su respeto se ganaba naturalmente”, relató su colaborador. En medio de su propia batalla, Miguel confió en su instinto, y nunca le falló.

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