El tiempo y nada más que el tiempo permitirá separar al ídolo del dirigente que es actualmente Juan Román Riquelme, porque después del papelón que Boca hizo en Mendoza fueron muchos los hinchas que lo señalaron como uno de los principales responsables de la pobre actualidad futbolística de un equipo que solo parece sostenerse en su clasificación ya asegurada a los octavos de final de la Copa Libertadores.

Más allá de los experimentos constantes de Jorge Almirón, en muchos casos obligado por la cantidad de lesiones que hay en el plantel y en otros porque sí, le pintó; más allá del muy pobre rendimiento individual de futbolistas a los que por nombre y experiencia se les exige ponerle el pecho al momento; el Consejo de Fútbol y Román pican en punta cuando se consulta a los hinchas por los responsables de tantas y tan seguidas decepciones.

La derrota ante Godoy Cruz pesa más que cualquier otra, incluso que el último Superclásico ante River. Por lo abultado del marcador y porque sucedió nada más que tres días antes que en La Bombonera el propio Juan Román Riquelme tenga su partido despedida, que ahora se plantea en un escenario cuanto menos incómodo para el ídolo.

Es cierto que quien haya pagado su entrada para la fiesta, algo que demandó un importante esfuerzo económico, será un incondicional de Román y no querrá arruinarle ese festejo postergado durante tantos años con algún tipo de reclamo. Pero también es cierto que por estos días, al que es hincha de Boca por sobre todas las cosas le han ido quitando esas ganas de celebrar.

Riquelme se merece disfrutar de su partido despedida, compartir con sus amigos y recibir la ovación que se merece por tantos años de tanto fútbol y alegrías para los hinchas. Y cuando la fiesta se termine, apoyar la cabeza sobre la almohada, guardarse los mejores recuerdos y empezar a pensar cómo salir al mercado para jerarquizar un plantel que de tener oportunidad real de pelear por la séptima Copa Libertadores está lejísimos.